domingo, 17 de agosto de 2014

Los últimos días de Maurras I

Iremos transcribiendo, en la medida de lo posible, el librito del Canónigo Aristide Cormier "Mis Conversaciones con Maurras y su Vuelta a la Iglesia"




Alrededor de tres semanas antes de la llegada de Charles Maurras a Tours, su excelencia monseñor Gaillard, habiéndome convocado para una entrevista, me dijo confidencialmente:

-Esperamos, en los próximos días, a un ilustre personaje.

Muy intrigado por este preámbulo, esperaba que me fuera esclarecida la identidad de este misterioso personaje, sin suponer, ni remoramente, que pudiese haber alguna relación entre su venida, y mi llamada por el Arzobispo de Tours.

--Se trata -prosiguió su excelencia- de Charles Maurras, quien beneficiándose de un indulto, ha elegido Turena para su residencia obligatoria. Como su salud exige cuidados, los recibirá en la clínica San Gregorio.

Ante esta noticia sensacional, manifesté mi sorpresa; pero seguía sin ver el propósito de las confidencias que se me hacían.
--Va usted a comprender ahora -añadió monseñor- por qué le he hecho venir. Deseo encomendarle una misión: la de visitar a Maurras durante su estancia en la clínica. He pensado en usted porque se ocupó en otra ocasión de René Benjamin, y le asistió hasta sus últimos instantes. Sus relaciones con aquél amigo de Maurras le permitirán, probablemente, aproximarse a éste más fácilmente y ayudarle espiritualmente si lo desea. Cuente usted con mis oraciones por el éxito de esta delicada misión que le confío.
Aún no me había repuesto de mi sorpresa cuando expuse alguna de las dificultades de la tarea: iba hacia lo desconocido. Nada sabía de las disposiciones del alma que me era confiada. una sola cosa me daba seguridad y valor, a pesar de todo: se me encomendaba una misión por la autoridad; obedecía. era un principio excelente del cual no debía tardar en felitirame, como en seguida se verá.


*   *   *


En los días que precedieron a la llegada de Maurras, traté de reunir algunos informes acerca del prisionero de Clairvaux, que esperaba en una clínica de Troyes las decisiones de la Justicia a su respecto.
Se le sabía muy fatigado por los años de prisión, completamente sordo y, a causa de esto, difícil de abordar.
Me preguntaba con inquietud, si en estas condiciones podría yo atenderlo, y si él me recibiría. Sobre todo, ¿comprendería las razones que me llevaban a él?
Con mayor ansiedad todavía, me preguntaba acerca de sus disposiciones religiosas. ¿Cómo estaría él con Dios? 
Desde hacía largos años seguía yo a través de su obra, que conocía bastante bien y que estimaba por sus sólidos principios y su lógica rigurosa, las etapas de su pensamiento religioso. Hasta la guerra no me parecía que hubiese cambiado sensiblemente. Ante lo sobrenatural y los misterios cristianos, Maurras parecía permanecer en su posición de agnóstico. Las pruebas que acababa de sufrir ¿habrían endurecido su alma o, por el contrario se habría esta endulzado en contacto con la gracia del sufrimiento?
En medio de estas incertidumbres supe por los periódicos la llegada inminente de Maurras, a quien un indulto presidencial acababa por fin de liberar. La clínica de San Gregorio esperaba de un día para otro a su ilustre enfermo.
Me dicidí entonces a escribir una carta, que me permito copiar aquí, en la cual, como se verá, daba cuenta antes que nada de mi "orden de misión" y en la que exponía a continuación las razones que tenía para esperar una acogida favorable.

"Muy Sr mío:
Antes incluso que fuera publicada por los periódicos la noticia de su próxima llegada a la clínica de san Gregorio, Mons. el Arzobispo de Tours tuvo la feliz iniciativa de pedirme que visitara a usted durante su estancia en la ciudad episcopal.
No es solamente por la virtud de la obediencia por lo que acepté una misión tan honrosa. Otras razones, totalmente personales y sospecho que menos virtuosas me empujan a verlo. Me atrevo a esperar, señor, que ellas me ayudarán a serle grato.
Cuando René Benjamin algunas semanas después del fin de la guerra fue recluído bajo vigilancia en la clínica San Gregorio me propuse ir a verlo para llevarle el consuelo de una fiel amistad. En otros tiempos esta fidelidad hubiera parecido completamente natural y sin mérito alguno. Entonces pareció a los que estaban abandonados por todos un poco como una reparación de una cruel injusticia. Bien escaso fue verdaderamente mi mérito si lo comparo con los testimonios de confianza y de amistad que me dió Benjamin en sus días adversos. Esto -estoy seguro de ello- a quien su extremada delicadeza era bien conocida. A su inicuo arresto, vino a unirse el dolor por la muerte de su hijo Jean-Loup. A pesar de estas pruebas, no olvidaba a todos los que como él estaban injustamente condenados y presos. Se preocupaba por su suerte y obtuve sus confidencias acerca de sus amigos.
Sus pensamientos se dirigían sobre todo hacia el mariscal, hacia usted y mostraba admiración por su valor y su invencible esperanza.¡Cuántas veces, también su ejemplo ma ha ayudado a reconfortarlo! ¡Con qué frecuencia imaginé entonces que quizás podría decirle a usted algún día todo lo que él le debía y todo lo que yo también debo a usted en la formación de mi espíritu. En efecto, a la edad a que he llegado aprecio el valor de ciertas lecciones aprendí en sus obras cuando tenía veinte años. Benjamin siempre me hizo esperar una feliz oportunidad que me pondría en presencia de usted...
Años -y qué años para usted- han transcurrido desde mis visitas a René Benjamín. Este ha muerto con la paz y la esperanza reconquistadas, abandonada su mano en la mía hasta el último suspiro.
Desaparecido él -que hubiese sido un puente entre nosotros- ¿podría esperar todavía este encuentro tan deseado?
Puede usted comprender ahora con qué sorpresa he recibido la noticia de su llegada a Tours a la clínica de San Gregorio, tan próxima al Gran Seminario donde enseño desde hace casi veinte años. ¿No se ven así cumplidos mis deseos?
Se veían colmados, superando incluso todas mis esperanzas, desde el momento en que mi Arzobispo, recordando mi amistad con Benjamin, me pidió que fuese al encuentro de usted.
¿Cómo no voy a creer en lo que me atrevo a llamar el milagro de nuestro encuentro?
Sírvase, señor, etc...."

Antes de remitir esta carta a su destinatario, quise tomar consejo de un amigo, el Padre Prétesille. Debía ser él, por consiguiente, mi confidente y mi consejero en un asunto tan importante, cuya responsabilidad no debía recaer sólo sobre mí.
Mucho debo a su prudencia y a su caridad.
Aprobó la carta y me aconsejó vivamente que la hiciera remitir a su destinatario sin perder más tiempo.
Pero además hubiera deseado el consejo de algú familiar de Maurras, que le conociese lo bastante intimamente para informarme acerca de las disposiciones de su alma. Dios me socorrió en la persona del señor Calzant, que había acompañado a Maurras desde Troyes hasta Tours. El también fue informado de mi carta, tal y como la había escrito, y me hizo esta reflexión, que no he olvidado:

--Maurras no será nunca indiferente a su caridad.

Apenás su llegada a Tours fue notificada por los periódicos, cuando una multitud de amigos y admiradores se precipitó a la clínica para ver de nuevo al que durante siete años se había visto privado de toda relación con el mundo exterior. las cartas afluían de todas partes del mundo, llevando al prisionero liberado los saludos de amigos lejanos.
Mi carta corría el peligro de ahogarse en la riada. ¿Qué acogida recibiría?
No esperé muho tiempo la respuesta. Dos días después recibí la carta siguiente, fechada el 24 de Marzo:

"Reverendo Padre:
Agradecido al honor que me hace, así como a su bondad y la de Monseñor, le quedaré muy reconocido por esa amable y caritativa visita, inspirada en tantos recuerdos, sentimientos y amistades que nos han sido y siguen siendo comunes. la figura, la noble figura, tan bien evocada por usted, de mi viejo y querido Rene Benjamin será, entre nosotros, el primero y más elocuente, el más conmovedor de los intermediarios. Qué amigo fué y qué generoso corazón, todo efusión para los demás.
Su prodigiosa finura de espíritu añadía sutileza a su alma. Usted ha sido el ángel bueno al visitarle con frecuencia durante la afrentosa e indigna prueba que le trastornó por completo. Pobre amigo Benjamin. será feliz, estoy seguro de ello, por oírnos hablar de ál como quería que de él se hablase, es decir, con simpatía próxima a la ternura; y además, será en francés, en el francés irreductible que él era, que somos nosotros, que nada puede impedirnos ser, pues obligados estamos a justificar este hermoso título, como también a servir, cada uno a nuestra manera, a este hermoso país tan desangrado. Cuanto más se intenta manchar, con aires de superioridad, su nombre, que cifra el pasado y el futuro, más se le ve alzarse y brillar. Como ha dicho nuestro gran poeta vendeano, Francia semeja un sauce verde; cuánto más se la corta, con más fuerza rebrota. Una injusticia, dos injusticias, mil y cien mil injusticias, no significan nada contra esta ley de nuestra historia, y todos los elementos parecen haberse reunido ya, a la vista de algún renacimiento, si no muy próximo, a lo menos cierto y magnífico.
Con esta esperanza, le ruego reverendo Padre, que reciba y acceda a transmitir a Monseñor el respetuoso homenaje de mi reconocimieto profundo, con la expresión de mis sentimientos más fieles"

Leyendo esta carta, veía abrirse ante mí, de par en par la puerta de la habitación Langeais en la clínica San Gregorio.
Yo sabía que ahora sería acogido favorablemente, no sólo como un extraño amable y una dmirador desconocido, sino como él enviado del Arzobispo, encargado de una misión que quien iba a recibirme no podía ignorar.
No habiéndome sido señalado día para esta visita, esperaba para presentarme en la clínica de San Gregorio, que Maurras, muy ocupado en su instalación, quisiera fijarlo. Aproveché estas jornadas de espera en reflexionar y, sobre todo, en rezar.
Invoqué a todos aquellos que pudieran por el afecto y la confianza que inspiraban a Maurras, otorgarme su favorable acogida y abrirme su alma: a la Virgen María, tan noblemente admirada y cantada por el poeta de La Música Interior, a Santa teresita del Niño Jesús, de la cual él se reconocía deudor por sus maravillosas intervenciones bienhechoras, y al Bienaventurado Pio X, cuya memoria veneraba.


*   *   *
Continuará.....

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