viernes, 31 de octubre de 2014

El Gradualismo: una nueva Teología Moral

Ego sum qui sum

Entre todas las novedades que como una avalancha nos han caído últimamente,  hay una que si bien no ha pasado desapercibida, exige que nos detengamos un momento sobre ella, y es este asunto de la "gradualidad"
El término ha sido presentado por el Arzobispo Victor M. Fernández y resulta un tanto confuso, no sólo en su concepto sino en cuanto a su misma situación dentro del orden ético u ontológico. Es decir, ¿existe una "gradualidad" moral? Y no nos referimos aquí al progreso espiritual subjetivo sino a la objetividad del Bien.
Quizás entienda el Rector de la Universidad Católica Argentina que haya situaciones personales intermedias entre el bien y el pecado, una especie de masomenismo ontológico en la acción libre del sujeto que elige el mal, presentando razones suficientemente buenas, cosa que en definitiva es lo que hace cualquiera cuando peca.
Si esto se analiza con un poco de detenimiento, en realidad no es más que una desmantelación lisa y llana de todo el concepto de pecado, su abolición, empezando por el primer pecado de nuestros padres. Graficando: ni más ni menos que un bombazo bajo la línea de flotación de toda la Teología Moral, porque no se refiere Monseñor Fernandez a las diferentes causas atenuantes que pudieran existir en el caso particular presentado a juicio moral, sino que presenta al "gradualismo" como un concepto normativo general y abstracto, una lente aplicable a todos los casos. Un apriori categórico que determina positivamente cualquier juicio de manera arbitraria, desplazando la razón y poniendo a la voluntad en su lugar. En definitiva: si hay buena intención, ¿quién es nadie para juzgar?. Y hasta ahí llega la Moral Gradualista. Hasta un no-juicio, que en definitiva es un juicio con sentencia absolutoria tácita.
En realidad hay algo diabólico en todo esto, porque es "confuso", y no solamente en el sentido de difuminar el juicio, sino (y especialmente) porque "confunde" al bien y al mal en una mezcla de ser y no-ser, de derecho y torcido y lo establece no solamente como algo posible sino como algo deseable. En ese sentido, la "gradualidad" sería como una vía sin salida, el camino ancho por la que "los hombres marchan errantes en todas direcciones, como monstruos bicéfalos, en un andar y desandar continuos" al decir del viejo Parménides. ¿O es acaso que en la "valoración" de la conducta homosexual hay una conminación inmediata a abandonarla?, ¿habría entonces en la proposición de la "gradualidad" del adulterio el objetivo final de terminarlo? Podemos decir, usando el lenguaje de Mons Fernandez, "no jodamos"
Obviamente que no la hay. Lo que hay es una aceptación del pecado, y para el pecador una espantosa falta de misericordia, un abandono y, para agravante: una complicidad en el mal.
En definitiva, una mezcla de frío y caliente, que resulta en algo tibio. Tibio como un vómito.

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