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Camino de Emaús. Robert Zünd, 1877 |
Alégrense. Dios está con nosotros.
Ser un fiel católico se ha vuelto un asunto difícil en estos
días. Los lectores de estas páginas saben de la deliberada confusión, del
desprecio por la doctrina y de los descarados intentos para refundar una Iglesia hecha a
imagen del hombre que están sucediendo. Incluso en aquellos lugares donde las
brasas de la ortodoxia todavía brillan, existe una sensación de algo parecido a
la vergüenza a la hora de presentar al mundo la inequívoca belleza y el derecho
exclusivo sobre la salvación que se encuentran dentro de la Iglesia Católica.
Incapaces de quitar la vista de la asombrosa e impensable procesión de palabras, acciones, imágenes y gestos que emanan de los más altos
poderes de la Iglesia, nos encontramos maltratados y arrojados por las olas de
la tormenta, zarcillos helados de duda y ansiedad que amenazan con tirarnos por la borda a las oscuras profundidades de la desesperación. Esta experiencia
empeora cuando somos castigados por nuestros propios hermanos católicos - familia,
amigos, o incluso a veces, por nuestros pastores – por el mero hecho de ver y
saber cosas que no querríamos ni ver ni conocer, pero que por amor a la verdad
no podemos evitar ver u olvidar. Peor todavía la pasan nuestros sacerdotes si también se encuentran conscientes de todo
esto: ellos tienen menos consuelos aún. Bajo un torrente perpetuo de maltrato y
castigo por parte de su padre espiritual en Roma, con frecuencia encuentran a
sus propios obispos a los que han prometido obediencia, abrazando alegremente el
nauseabundo nuevo paradigma de Iglesia que se desarrolla cada día a una
velocidad impresionante.
Algunos han comenzado a perder su control, dudando de la
verdad de la fe católica, o de las razones por las que se convirtieron a la misma. Otros, encontrándose suspirando por algo que al menos se ve actuando como una
verdadera religión, miran fascinados las liturgias antiguas y la estructura teológica de nuestros hermanos cismáticos en el Este.
Aquellos que optan por permanecer firmes en la fe a menudo se encuentran en desacuerdo
con los que en un mundo sano, deberían ser sus aliados, en este caos de luchas
internas sobre qué hacer y cómo debería hacerse, católicos contra católicos ,
sacerdotes contra el sacerdotes, obispos contra obispos. El estrés se acumula y
lleva a muchos a caminar dando vueltas, aturdidos, con un nudo constante en el
estómago, porque saben que la situación no puede seguir así para siempre, y mientras tanto se preguntan cuándo la creciente tensión se romperá y cuándo Dios por fin dará
rienda suelta a Su ira sobre éste pueblo infiel y duro de corazón... para luego
darse cuenta de que ellos también pueden encontrarse en el camino de Su justa
venganza. Una destrucción que no es bienvenida, pero a la que difícilmente
podrían rechazar como injusta, a sabiendas de su propio pecado.
Otros hay que no se plantean abandonar la Iglesia, pero
incapaces de tener lo que hay que tener para quedarse, se desconectan. Se
adormecen con las distracciones, con los vicios, con las minucias de la vida
cotidiana, buscando consuelo donde sólo la destrucción se puede encontrar.
En medio de todo esto, volvemos una y otra vez el pasaje de la Primera Carta de
San Pedro de la que esta publicación ha tomado su nombre:
“Sean sobrios y estén siempre alerta, porque su enemigo, el demonio, ronda como un león rugiente, buscando a quién devorar. Resístanlo firmes en la fe, sabiendo que sus hermanos dispersos por el mundo padecen los mismos sufrimientos que ustedes” (1 Pedro 5: 8-9)
Y reflejándonos, reconocemos que en una vigilia como ésta,
la sobriedad - cualquiera sea el medio que nos ayude a escapar del dolor - es
la parte más difícil. No es de extrañar que los apóstoles en Getsemaní no
pudieron velar ni siquiera una hora con Nuestro Señor. ¿Acaso pensamos que lo
haríamos mejor que ellos?
Y sin embargo... y sin embargo …a no descorazonarse, ¡porque Dios está con nosotros!
El resto se puede leer allí.
el demonio...como un león rugiente... |
Traducción del Trilobite.
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