UN MUNDO DIVIDIDO EN
PEDAZOS
Alexander Solzhenitsyn
Discurso de graduación en Harvard,
Jueves, 8 de Junio, 1978
Estoy sinceramente complacido de estar con ustedes con en esta ocasión ocasión
del 327° año lectivo en esta antigua e ilustre universidad. Vayan mis
felicitaciones y mis mejores deseos para todos aquellos que hoy se gradúan.
El lema de Harvard es "Veritas." Muchos de ustedes ya han aprendido y
otros lo aprenderán a lo largo de sus vidas que la verdad nos elude si no nos
esforzamos plenamente en seguirla. E incluso mientras nos elude, la ilusión por
conocerla todavía persiste y nos lleva a algunos desaciertos. Además, la verdad
raramente es grata; casi siempre es amarga. También hay algunas amarguras en mi
discurso de hoy. Pero deseo suscitar esa ansiedad no como un adversario sino
como un amigo.
Hace tres años en Estados Unidos, dije ciertas cosas que parecían inaceptables.
Hoy, sin embargo, mucha gente coincide con lo que yo he dicho...
Un mundo dividido en pedazos
La división del mundo de hoy es perceptible incluso contemplado
superficialmente. Cualquiera de nuestros contemporáneos rápidamente
identificaría dos potencias mundiales, cada una de ellas capaz de destruir
enteramente a la otra. Sin embargo, la comprensión de esta división a menudo
está limitada a la concepción política, a la ilusión de que el peligro puede
ser conjurado mediante negociaciones diplomáticas exitosas o por un cuidadoso
equilibrio de fuerzas armadas. La verdad es que esta división es mucho más
profunda y más alienante; la ruptura es mayor de lo que puede parecer a primera
vista. Esta profunda y múltiple ruptura conlleva el peligro de múltiples
desastres para todos nosotros, según la antigua verdad de que un Reino – en
este caso, nuestra Tierra – divido contra sí mismo no puede subsistir.
Mundos contemporáneos
Ahí está el concepto del Tercer Mundo: así pues, ya tenemos tres mundos.
Indudablemente, sin embargo, el número es incluso mayor, sólo que estamos demasiado
lejos para verlo. Algunas antiguas culturas autónomas están arraigadas
profundamente, especialmente si se han extendido sobre la mayor parte de la Tierra, constituyendo un
mundo autónomo, llenas de acertijos y sorpresas para el pensamiento
Occidental. Como mínimo, debemos incluir en esa categoría a China, la India, el mundo musulmán y
África, si efectivamente aceptamos la aproximación de mirar las dos últimas
como unidades compactas. Durante mil años Rusia ha pertenecido a tal
categoría, aunque el pensamiento Occidental sistemáticamente cometa el error de
negarle su carácter autónomo, y por ello nunca la entendió, del mismo modo que
hoy Occidente no comprende a Rusia en la cautividad comunista. Puede ser que en
años pasados Japón ha sido cada vez más como una parte distante de Occidente,
no quiero opinar sobre eso aquí; pero, Israel, por ejemplo, pienso que
permanece separado del mundo Occidental aunque sólo sea porque su sistema
estatal permanece ligado a la religión.
Hace relativamente poco tiempo el pequeño mundo de la Europa moderna fácilmente
incautaba colonias por todo el globo, no sólo sin ninguna resistencia, sino
también, por lo general, con desprecio de los posibles valores de los pueblos
conquistados hacia la vida. En este sentido, tuvo un éxito abrumador, no hubo
fronteras geográficas para ello. La sociedad Occidental se expandió como un
triunfo de humana independencia y poder. Y de repente, en el siglo XX, se
descubre su fragilidad e inconsistencia. Ahora vemos que las conquistas
probaron ser de corta y precaria vida, y este giro señala los defectos en la
visión del mundo con que Occidente contemplaba dichas conquistas. Las
relaciones con el antiguo mundo colonial ahora se han tornado en su contra y el
mundo Occidental a menudo llega a extremos de obsequiosidad, pero aún es
difícil estimar la factura total que los antiguos países coloniales presentarán
a Occidente; es difícil predecir si la entrega no sólo de las últimas colonias,
sino de todo lo que posee será suficiente para que saldar esa cuenta.
Convergencia
Con todo, la ceguera de la superioridad continúa con molestia para todos y
sostiene la creencia de que, por todas partes, vastas regiones de nuestro
planeta deberían desarrollarse y madurar hasta alcanzar el nivel actual del
sistema político occidental, que en teoría es el mejor y en la práctica el más
atractivo. Existe la creencia de que todos aquellos otros mundos están sólo
siendo temporalmente impedidos por débiles gobiernos, o por fuertes crisis, o
por su propia barbarie o incomprensión para tomar la vía de las democracias
pluralista Occidentales y adoptar su forma de vida. Los países son evaluados y
juzgados según el incremento de su progreso en esta dirección. Sin embargo,
esta concepción es el fruto de la incomprensión occidental de la esencia de los
otros mundos; es un resultado de medirlos equivocadamente a todos con el mismo
criterio occidental. La imagen real del desarrollo de nuestro planeta es
completamente diferente.
La angustia provocada por un mundo dividido hizo nacer la teoría de la
convergencia entre los principales países Occidentales y la Unión Soviética.
Es una teoría tranquilizadora que pasa por alto el hecho que esos mundos no se
están evolucionando similarmente; ni tampoco uno puede ser transformado en otro
sin el uso de la violencia. Además, la convergencia inevitablemente implica la
aceptación de los defectos de la otra parte, y esto es difícilmente deseable.
Si yo estuviera hoy hablando en un auditorio en mi país, examinando el diseño
general de la ruptura del mundo me habría concentrado en las calamidades del
Este. Pero dado mi forzado exilio en el Oeste desde hace cuatro años, y ya que
mi audiencia es occidental, pienso que puede ser de mayor interés concentrarme
en ciertos aspectos del Occidente en nuestros días, tal como los veo.
El declive de la
valentía
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La merma de coraje puede ser la característica más sobresaliente que un
observador imparcial nota en Occidente en nuestros días.
El mundo Occidental ha
perdido en su vida civil el coraje, tanto global como individualmente, en cada
país, en cada gobierno, cada partido político y por supuesto en las Naciones
Unidas. Tal descenso de la valentía se nota particularmente en las élites
gobernantes e intelectuales y causa una impresión de cobardía en toda la
sociedad. Desde luego, existen muchos individuos valientes pero no tienen
suficiente influencia en la vida pública. Burócratas, políticos e intelectuales
muestran esta depresión, esta pasividad y esta perplejidad en sus acciones, en
sus declaraciones y más aún en sus autojustificaciones tendientes a demostrar
cuán realista, razonable, inteligente y hasta moralmente justificable resulta
fundamentar políticas de Estado sobre la debilidad y la cobardía. Y este
declive de la valentía es acentuado irónicamente por las explosiones
ocasionales de cólera e inflexibilidad de parte de los mismos funcionarios
cuando tienen que tratar con gobiernos débiles, con países que carecen de
respaldo, o con corrientes desacreditadas, claramente incapaces de ofrecer
resistencia alguna. Pero quedan mudos y paralizados cuando tienen que vérselas
con gobiernos poderosos y fuerzas amenazadoras, con agresores y con terroristas
internacionales.
¿Habrá que señalar que, desde la más remota antigüedad, la pérdida de coraje ha
sido considerada siempre como el principio del fin?
Bienestar
Cuando se formaron los Estados occidentales modernos, se proclamó como
principio fundamental que los gobiernos están para servir al hombre y que éste
vive para ser libre y alcanzar la felicidad. (Véase, por ejemplo, la Declaración de
Independencia norteamericana). Ahora, por fin, durante las últimas décadas, el
progreso tecnológico y social ha permitido la realización de esas aspiraciones:
el Estado de Bienestar. Cada ciudadano tiene garantizada la deseada libertad y
los bienes materiales en tal cantidad y calidad como para garantizar en teoría
el alcance de la felicidad,
en el sentido moralmente inferior en que ha sido
entendida durante estas últimas décadas. En el proceso, sin embargo, ha sido
pasado por alto un detalle psicológico: el constante deseo de poseer cada vez
más cosas y un nivel de vida cada vez más alto, con la obsesión que esto
implica, ha impreso en muchos rostros occidentales rasgos de
ansiedad y hasta
de
depresión, aunque sea habitual ocultar cuidadosamente estos sentimientos. Esta
tensa y activa competencia ha venido a dominar todo el pensamiento humano y no
abre, en lo más mínimo, el camino hacia el libre desarrollo espiritual. Se ha
garantizado la independencia del individuo a muchos tipos de presión estatal;
la mayoría de las personas gozan del bienestar en una medida que sus padres y
abuelos no hubieran siquiera soñado con obtener; ha sido posible educar a los
jóvenes de acuerdo con estos ideales, conduciéndolos hacia el esplendor físico,
felicidad, posesión de bienes materiales, dinero y tiempo libre, hasta una casi
ilimitada libertad de placeres.
De este modo ¿quién renunciaría ahora a todo
esto? ¿Por qué y en beneficio de qué habría uno de arriesgar su preciosa vida
en la defensa del bien común, especialmente en el nebuloso caso que la
seguridad de la propia nación tuviera que ser defendida en algún lejano país?
Incluso la biología nos dice que la seguridad y el bienestar extremo habitual
no resultan ventajosos para un organismo vivo. Hoy, el bienestar en la vida de
la sociedad Occidental ha comenzado a revelar su máscara perniciosa.
Vida legalista
La sociedad occidental ha elegido para si misma la organización más
adecuada a sus fines, basados, diría, en la letra de la ley. Los límites de lo
correcto y de los derechos humanos se encuentran determinados por un sistema de
leyes, cuyos límites son muy amplios. La gente en Occidente ha adquirido una
considerable capacidad para usar, interpretar y manipular la ley (aun cuando
estas leyes tienden a ser tan complicadas que la persona promedio no puede ni
comprenderlas sin la ayuda de un experto).
Todo conflicto se resuelve de
acuerdo a la letra de la ley y este procedimiento está considerado como una
solución perfecta. Si uno está a cubierto desde el punto de vista legal, ya
nada más es requerido.
Nadie mencionaría que, a pesar de ello, uno podría
seguir sin tener razón. Exigir una autolimitación o una renuncia a estos
derechos, convocar al sacrificio y a asumir riesgos con abnegación, sonaría a
algo simplemente absurdo. El autocontrol voluntario es algo casi desconocido:
todo el mundo se afana por lograr la máxima expansión posible del límite
extremo impuesto por los marcos legales. (Una compañía petrolera es legalmente
libre de culpa cuando compra la patente de un nuevo tipo de energía para
prevenir su uso. Un fabricante de un producto alimenticio es legalmente libre
de culpa cuando envenena su producto para darle más larga vida: después de
todo, la gente es libre no comprarlo.)
He pasado toda mi vida bajo un régimen comunista y les diré que una sociedad
carente de un marco legal objetivo es algo terrible, en efecto. Pero una
sociedad sin otra escala que la legal tampoco es completamente digna del
hombre. Pero una sociedad basada sobre los códigos de la ley, y que nunca llega
a algo más elevado, pierde la oportunidad de aprovechar a pleno todo el rango
completo de las posibilidades humanas. Un código legal es algo demasiado frío y
formal como para poder tener una influencia beneficiosa sobre la sociedad.
Siempre que el fino tejido de la vida se teje de relaciones juridicistas, se
crea una atmósfera de mediocridad moral, que paraliza los impulsos más nobles
del hombre.
Y será simplemente imposible enfrentar los conflictos de este amenazante siglo
con tan sólo el respaldo de una estructura legalista.
La orientación de la
libertad
La sociedad occidental actual nos ha hecho ver la diferencia que hay entre
una libertad para las buenas acciones y la libertad para las malas. Un
estadista que quiera lograr algo importante y altamente constructivo para su
país está obligado a moverse con mucha cautela y hasta con timidez. Miles de
apresurados (e irresponsables) críticos estarán pendiente de él. Constantemente
será desairado por el parlamento y por la prensa. Tendrá que demostrar que cada
uno de sus pasos está bien fundamentado y es absolutamente impecable. El
resultado final es que una gran persona, auténticamente extraordinaria, no
tiene ninguna posibilidad de imponerse. Se le pondrán docenas de trampas desde
el mismo inicio. Y de esta manera la mediocridad
En todas partes es posible, y hasta fácil, socavar el poder administrativo. De
hecho, este poder ha sido drásticamente debilitado en todos los países
occidentales.
La defensa de los derechos individuales ha alcanzado tales
extremos que deja a la sociedad totalmente indefensa contra ciertos individuos.
Es hora, en Occidente, de defender no tanto los derechos humanos sino las
obligaciones humanas.
Por el otro lado, a la libertad destructiva e irresponsable se le ha concedido
un espacio ilimitado. La sociedad ha demostrado tener escasas defensas contra
el abismo de la decadencia humana; por ejemplo, contra el abuso de la libertad
que conduce a la violencia moral contra los jóvenes bajo la forma de películas
repletas de pornografía, crimen y horror. Todo esto es considerado como parte
integrante de la libertad, y se asume que está teóricamente equilibrado por el
derecho de los jóvenes a no mirar y a no aceptar. De este modo, la vida
organizada en forma legalista demuestra su incapacidad para defenderse de la
corrosión de lo perverso.
¿Y qué podemos decir de los oscuros ámbitos de la criminalidad? Los límites
legales (especialmente en los Estados Unidos) son lo suficientemente amplios
como para alentar no sólo la libertad individual sino también el abuso de esta
libertad. El culpable puede terminar sin castigo, o bien obtener una compasión
inmerecida, todo ello con el apoyo de miles de defensores en la sociedad.
Cuando un gobierno seriamente se pone a erradicar la subversión, la opinión
pública inmediatamente lo acusa de violar los derechos civiles de los
terroristas. Hay una buena cantidad de estos casos.
El sesgo de la libertad hacia el mal se ha producido en forma gradual, pero
evidentemente emana de un concepto humanista y benevolente según el cual el ser
humano – el rey de la creación – no es portador de ningún mal intrínseco y
todos los defectos de la vida resultan causados por sistemas sociales
descarriados que, por consiguiente, deben ser corregidos. Sin embargo y
extrañamente, a pesar de que las mejores condiciones sociales han sido logradas
en Occidente, sigue subsistiendo una buena cantidad de crímenes; incluso hay
considerablemente más criminalidad en Occidente que en la pauperizada y
legalmente arbitraria sociedad soviética. (Es cierto que hay una multitud de
prisioneros en nuestros campos de concentración acusados de ser criminales,
pero la mayoría de ellos jamás cometió crimen alguno. Simplemente trataron de
defenderse de un Estado ilegal que recurría al terror fuera de un marco
jurídico).
La orientación de la prensa
La prensa, por supuesto, goza de la más amplia libertad. (Voy a usar el
término “prensa” para referirme a todos los medios de difusión masiva.) Pero
¿cómo utiliza esta libertad?
Aquí, otra vez, la suprema preocupación es no infringir el marco legal. No
existe una auténtica responsabilidad moral por la distorsión o la
desproporción.
¿Qué clase de responsabilidad tiene el periodista de un diario
frente a sus lectores o frente a la historia? Cuando se ha llevado a la opinión
pública hacia carriles equivocados mediante información inexacta o conclusiones
erradas ¿conocemos algún caso en que el mismo periodista o el mismo diario lo
hayan reconocido pidiendo disculpas públicamente? No. Eso perjudicaría las
ventas. Una nación podrá sufrir las peores consecuencias por un error
semejante, pero el periodista siempre saldrá impune. Lo más probable es que,
con renovado aplomo, sólo empezará a escribir exactamente lo contrario de lo
que dijo antes.
Dado que se exige una información instantánea y creíble, se hace necesario
recurrir a presunciones, rumores y suposiciones para rellenar los huecos; y
ninguno de ellos será desmentido. Quedarán asentados en la memoria del lector.
¿Cuántos juicios apresurados, inmaduros, superficiales y engañosos se expresan
todos los días, primero confundiendo a los lectores y luego dejándolos
colgados? La prensa puede, o bien asumir el papel de la opinión pública, o bien
puede pervertirla. De este modo podemos tener a terroristas glorificados como
héroes; o bien ver cómo asuntos secretos pertenecientes a la defensa nacional
resultan públicamente revelados; o podemos ser testigos de la desvergonzada
violación de la privacidad de personas famosas bajo el eslogan de
“todo el
mundo tiene derecho a saberlo todo”. (Aunque éste es el falso eslogan de una
falsa era. De un valor muy superior es el desacreditado derecho de las personas
a no saber; que no se abarroten sus divinas almas con chismes, estupideces y
habladurías vanas. Una persona que trabaja y que lleva una vida plena de
sentido, no tiene ninguna necesidad de este excesivo y sofocante flujo de
información.)
Precipitación y superficialidad son la enfermedad psíquica del vigésimo siglo y
más que en cualquier otro lugar esta enfermedad se refleja en la prensa. El
análisis profundo de un problema es anatema para la prensa. Se queda en
fórmulas sensacionalistas.
Sin embargo, así como está dispuesta, la prensa se ha convertido en el mayor
poder dentro de los países occidentales, excediendo el de las legislaturas, los
ejecutivos y los judiciales Entonces, uno quisiera preguntar: ¿en virtud de qué
norma ha sido elegida y ante quién es responsable? En el Este comunista, a un
periodista abiertamente se lo designa como funcionario del Estado. Pero
¿quién
ha elegido a los periodistas occidentales que ocupan esta posición de poder, y
por cuánto tiempo, y con qué prerrogativas?
Existe todavía otra sorpresa para alguien que viene del Este totalitario con su
prensa rigurosamente unificada. Uno descubre una común tendencia de
preferencias dentro de la generalidad de la prensa occidental (el
espíritu de
la época), modelos de juicio generalmente aceptados, y quizás hasta intereses
corporativos comunes, con lo que el efecto resultante no es el de la
competencia sino el de la unificación.
Existe una libertad irrestricta para la
prensa, pero no para los lectores, porque los diarios transmiten mayormente, de
un modo forzado y sistemático, aquellas opiniones que no se contradicen en
forma demasiado abierta con su propia opinión y con la tendencia general
mencionada.
Una moda en el pensamiento
Sin ninguna censura en Occidente,
las tendencias de moda en el pensamiento
y en las ideas resultan fastidiosamente separadas de aquellas que no están de
moda y estas últimas, sin llegar a ser jamás prohibidas, tienen muy escasas
posibilidades de verse reflejadas en periódicos y libros, o de ser escuchadas
en universidades. Vuestros académicos son libres en un sentido legal, pero
están acorralados por la moda del capricho predominante. No existe la violencia
explícita del Este; pero una selección impuesta por la moda y por la necesidad
de acomodarse a las normas masivas, frecuentemente impide que las personas con
mayor independencia de criterio contribuyan a la vida pública. Hay una
peligrosa tendencia a formar una manada, apagando las iniciativas exitosas. En
los Estados Unidos he recibido cartas de personas altamente inteligentes –
como, por ejemplo, el maestro de un pequeño colegio lejano- que hubiera podido
hacer mucho por la renovación y salvación de su país, pero su país no pudo
escucharlo porque los medios no le ofrecían un foro adecuado. Esto da lugar a
fuertes prejuicios masivos, a una ceguera que es peligrosa en nuestra dinámica
era. Un ejemplo de ello es la interpretación autocomplaciente del estado de cosas
en el mundo contemporáneo que funciona como
una especie de armadura puesta
alrededor de la mente de las personas, a punto tal que las voces humanas de
diecisiete países de Europa Oriental y del Lejano Oriente asiático no pueden
perforarla. Sólo se terminará rompiendo por la inexorable palanca de los
acontecimientos.
He mencionado algunos pocos rasgos de la vida occidental que sorprenden y
asombran a un recién llegado a este mundo. El propósito y los alcances de esta
disertación me impiden continuar con este examen, particularmente en lo
relacionado con el impacto que estas características tienen sobre importantes
aspectos de la vida de una nación, tales como la educación, tanto la elemental
como la avanzada en artes y humanidades.
Socialismo
Está casi universalmente aceptado que Occidente le muestra al resto del mundo
el camino hacia el desarrollo económico exitoso, aún cuando en los últimos años
ha sido perturbado fuertemente por una caótica inflación. Con todo, muchas
personas que viven en Occidente están insatisfechas con su propia sociedad. La
desprecian o la acusan de no estar ya al nivel de lo que requiere la madurez de
la humanidad. Y esto empuja a muchos a inclinarse por el socialismo, lo cual es
una falsa y peligrosa tendencia.
Espero que ninguno de los presentes sospechará que expreso mi crítica parcial
al sistema occidental a fin de sugerir al socialismo como una alternativa. No.
Con la experiencia que tengo de un país en dónde el socialismo ha sido
instituido, no hablaré de una alternativa así. El matemático Igor Shafarevich,
miembro de la
Academia Soviética de Ciencias, ha escrito un libro
brillantemente argumentado titulado “Socialismo”, en el cual efectúa un
penetrante análisis histórico y demuestra que el socialismo, de cualquier tipo
o matiz, conduce a la destrucción total del espíritu humano y a la nivelación
de la humanidad en la muerte. El libro de Shafarevich fue publicado en Francia
hace ya casi dos años y hasta el presente no se ha encontrado a nadie capaz de
refutarlo. Dentro de poco, se publicará en inglés en los Estados Unidos.
No es un modelo
Un hecho que no puede ser cuestionado es el debilitamiento de la personalidad
humana en Occidente mientras que en el Este esa personalidad se ha vuelto más
firme y más fuerte. Seis décadas para nuestra gente y tres décadas para la de
Europa Oriental; durante todo este tiempo hemos pasado por un entrenamiento
espiritual que aventaja, de lejos, a lo experimentado por Occidente. La
compleja y mortal presión de la vida cotidiana ha producido personalidades más
fuertes, más profundas y más interesantes que las generadas por el bienestar
estandardizado de Occidente. Por lo tanto, si nuestra sociedad hubiese de ser
transformada en la vuestra, ello significaría una mejora en determinados
aspectos, pero también un empeoramiento en algunos puntos particularmente
significativos. Por supuesto, una sociedad no puede permanecer indefinidamente
en un abismo de arbitrariedad legal como es el caso en nuestro país. Pero
también le resultará denigrante elegir la automática suavidad legalista, como
es vuestro caso.
Después de décadas de sufrimiento, violencia y opresión, el
alma humana anhela cosas más altas, más cálidas y más puras que las ofrecidas
por los hábitos de convivencia masiva introducidos por la invasión repugnante
de la publicidad, el aturdimiento televisivo y la música insoportable.
Pero si alguien me preguntara, en cambio, si yo propondría a
Occidente, tal como es en la actualidad, como modelo para mi país, francamente
respondería en forma negativa. No. No recomendaría vuestra sociedad como un
ideal para la transformación de la nuestra. A través de profundos sufrimientos,
las personas en nuestro país han tenido un desarrollo espiritual de tal
intensidad que el sistema occidental, en su presente estado de agotamiento, ya
no aparece como atractivo. Incluso las características de vuestra vida que
acabo de enumerar resultan extremadamente entristecedoras.
Todo esto es visible para numerosos observadores de todos los mundos de nuestro
planeta. Resulta cada vez menos probable que el estilo de vida occidental se
convierta en el modelo a seguir.
Hay advertencias significativas de la historia para una sociedad amenazada de
muerte. Tal es, por ejemplo, la decadencia del arte, o la carencia de grandes
estadistas. Hay otras advertencias abiertas y evidentes, también. El centro de
su democracia y de su cultura se lesiona tan sólo por la ausencia de energía
eléctrica por algunas horas, pues repentinamente muchedumbres de ciudadanos
americanos comienza a saquear y a causar estrago. La capa superficial de
protección debe ser muy delgada, lo que indica que el sistema social resulta
inestable y malsano.
Pero la lucha por nuestro planeta, en lo físico y en lo espiritual, esa lucha
de proporciones cósmicas no es una vaga cuestión del futuro. Ya ha comenzado.
Las fuerzas del mal ya han lanzado su ofensiva decisiva. Podríais sentir su
presión pero vuestros monitores y vuestras publicaciones todavía están llenas
de las obligatorias sonrisas y de los brindis con los vasos en alto. ¿A qué
viene tanta alegría?
(...)
Pérdida de voluntad
Pero ningún arma, no importa cuál sea su poder, pueden ayudar a Occidente
mientras no supere la pérdida de su fuerza de voluntad. En un estado de la debilidad
psicológica, las armas se convierten en una carga para el lado de quienes
capitulan. Para defenderse, uno debe también estar preparado para morir; esta
preparación escasea en una sociedad educada en el culto del bienestar material.
Nada queda entonces, solamente las concesiones, intentos de ganar tiempo y la
traición. Así, en la vergonzosa conferencia de Belgrado los diplomáticos del
Occidente libre entregaron en su debilidad la frontera donde los miembros de
los Grupos Vigilantes de Helsinki están sacrificando sus vidas.
El pensamiento occidental ha llegado a ser conservador: la situación del mundo
debe permanecer como está a cualquier coste, allí no debe ser ningún cambio.
Este sueño debilitante de un status quo irreformable es el síntoma de una sociedad
que ha llegado al final de su desarrollo. Uno debe ser ciego para no ver que
los océanos ya no pertenecen a Occidente, mientras que la tierra bajo su
dominio sigue disminuyendo. Las dos llamadas guerras mundiales (en realidad
todavía estaban lejos de tener esa escala mundial) han significado la
autodestrucción interna del pequeño y progresivo Occidente que ha preparado así
su propio final. La siguiente guerra (que no tiene que ser atómica y no creo
que lo sea) puede quemar la civilización occidental para siempre.
Enfrentando tales peligros, con tantos valores históricos en su pasado, con tan
alto nivel de realización de la libertad y de devoción a la libertad, ¿cómo es
posible perder en tal grado la voluntad para defenderse?
El Humanismo y sus consecuencias
¿Cómo es que se ha producido esta adversa relación de fuerzas? ¿Cómo es que
Occidente ha caído de su marcha triunfal hasta su debilidad presente? ¿Acaso
han existido desvíos fatales y pérdidas de orientación en su desarrollo? No
parece ser así. Occidente se mantuvo avanzando en forma constante de acuerdo a
sus proclamadas intenciones sociales, a la par de su asombroso progreso
tecnológico. Y súbitamente se ha encontrado en su posición actual de debilidad.
Esto significa que el error debe estar en la raíz, en la misma base del
pensamiento humano de los últimos siglos. Me refiero a la visión occidental que
prevalece en el mundo de hoy, que nace del Renacimiento y encuentra su
expresión política a partir de la Ilustración. Esta visión se convirtió en la base
de todas las doctrinas políticas o sociales y podríamos llamarla humanismo
racionalista o autarquía humanística. Es la autoproclamada y practicada
autonomía del ser humano de cualquier fuerza superior. También podría ser
llamado antropocentrismo, con el ser humano visto como ocupando el centro de
todo lo que existe.
![](https://lh3.googleusercontent.com/blogger_img_proxy/AEn0k_sh2WnD-bmpTsmXwoPe7v-3VJSAVSJVSRU4AZ6TwlTQ1KN3YBMe0h60r7j_kJMSss1fPoRP-_9nC4F_O1cJlE1UBflfJdH-XU2fk0biU43dQS_Xg1XM_SVoGnK16eYygymnWAe61i07Aa9-Ykr3YSN5xQl0yEl8kIxhinbP5joSV9hEjQP1N6nSAtI=s0-d)
El punto de inflexión provocado por el Renacimiento probablemente fue
inevitable desde el punto de vista histórico. La Edad Media había
llegado a su término natural por agotamiento, convirtiéndose en una represión
despótica intolerable de la naturaleza física del ser humano a favor de su
naturaleza espiritual. Pero, después, nos retiramos de lo espiritual y fuimos
abrazando todo lo que es material de un modo excesivo e ilimitado. La nueva forma
humanística el pensamiento, que había sido proclamada nuestra guía, no admitía
la existencia de una maldad intrínseca en el ser humano, ni entreveía una
misión más elevada que el logro de la felicidad terrenal. Dio inicio a la
civilización occidental con una peligrosa tendencia a idolatrar al hombre y a
sus necesidades materiales.
Todo lo que estaba más allá del bienestar físico y
de la acumulación de bienes materiales; todas las demás necesidades y
características humanas de una naturaleza superior y más sutil, quedaron fuera
del área de atención de los sistemas sociales y estatales, como si la vida
humana no tuviese un significado superior. Eso proporcionó su acceso al Mal,
que en nuestros días fluye libre y constante. La simple libertad per se no resuelve
en lo más mínimo todos los problemas de la vida humana y hasta agrega una buena
cantidad de problemas nuevos.
Y aún así, en las primeras democracias, como en la democracia norteamericana
por la época de su nacimiento, todos los derechos humanos fueron conferidos
sobre la base de que el ser humano es una criatura de Dios. Esto es: la
libertad le fue conferida al individuo en forma condicional, en la presunción
de su constante responsabilidad religiosa. Esa era la tradición de los mil años
precedentes. Hace doscientos y hasta hace cincuenta años atrás, hubiera sido
casi inimaginable en los Estados Unidos que se le concediese la libertad
ilimitada a un individuo simplemente para la satisfacción de sus caprichos
personales.
Después, sin embargo, todas estas limitaciones resultaron erosionadas en la
totalidad de Occidente. Se produjo una emancipación absoluta de la herencia
moral de los siglos cristianos con sus grandes reservas de misericordia y
sacrificio. Los sistemas estatales se volvieron aun más materialistas.
Finalmente, Occidente conquistó los derechos humanos, incluso en exceso, pero
el sentido de responsabilidad del ser humano ante Dios y ante la sociedad se ha
vuelto cada vez más débil. Durante las últimas décadas, el egoísmo legalista de
la cosmovisión occidental ha llegado asu apogeo y el mundo se encuentra en una
aguda crisis espiritual y en una transición política. Todos los celebrados
logros tecnológicos del progreso, incluyendo la conquista del espacio exterior,
no alcanzan para redimir la pobreza moral del Siglo XX, una pobreza que nadie
hubiera imaginado incluso todavía hacia fines del Siglo XIX
Un parentesco
inesperado
En la medida en que el humanismo en su desarrollo se fue volviendo más y
más materialista, progresivamente permitió conceptos que resultaron utilizados
por el socialismo primero y por el comunismo después. De este modo, Carlos Marx
pudo decir, en 1844, que el “comunismo es humanismo naturalizado”.
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjx9XhWG1UnmDSYWmcz9coFdPM6zObBd1jvoHAE9Gvz_lwdHGeLQbt90jJJ017Q7IniuddkUHN527Ahnurq3MsZGZMn4_F0Mm4HmU3X6X6LyEGffZB6aCWiaCpeZ89hJT3GPfbEkixFSMs/s320/libro+rojo.jpg)
Esta afirmación no es enteramente irracional.
Uno puede detectar las mismas
piedras fundamentales de un humanismo erosionado en cualquier tipo de
socialismo: materialismo ilimitado; liberación de la religión y de la
responsabilidad religiosa (algo que en los regímenes comunistas llega al
estadio de la dictadura antirreligiosa); concentración de las estructuras
sociales bajo un criterio supuestamente científico. (Esto último es típico
tanto de la Ilustración
como del marxismo). No es ninguna casualidad que las grandes promesas retóricas
del comunismo giren alrededor del Hombre (con “H” mayúscula) y su felicidad
terrenal. A primera vista parece un feo paralelismo: ¿Tendencias comunes en el
pensamiento y en el estilo de vida del Occidente y del Este actuales? Pero ésa
es la lógica del desarrollo materialista.
Más aún, la interrelación es tal que la corriente materialista que está más
hacia la izquierda, siendo que de este modo es la más consistente, siempre
demuestra ser la más fuerte, la más atractiva y victoriosa.
El humanismo ha
perdido su herencia cristiana y no puede prevalecer en esta competencia. De
esta forma, durante los siglos pasados, y especialmente durante las décadas
recientes, a medida en que el proceso se fue volviendo más agudo, el
alineamiento de las fuerzas fue como sigue: el liberalismo resultó
inevitablemente desplazado por el extremismo; el extremismo tuvo que rendirse
ante el socialismo y el socialismo no pudo resistirse al comunismo.
El régimen comunista en el Este ha podido perdurar y crecer gracias al
entusiasta apoyo de un enorme número de intelectuales occidentales quienes
(¡sintiendo el parentesco!) se negaron a ver los crímenes de los comunistas y,
cuando ya no pudieron seguir negándolos, intentaron justificarlos. El problema
persiste: en nuestros Estados del Este el comunismo ha sufrido una derrota
ideológica total; su prestigio es cero y aun menos que cero. Y a pesar de eso
los intelectuales occidentales todavía lo miran con considerable interés y
afinidad, siendo que es precisamente esto lo que le hace tan inmensamente
difícil a Occidente el resistirse ante el Este.
Antes del cambio
No voy a examinar el caso de un desastre producido por una guerra mundial y
los cambios que produciría en la sociedad. Mientras nos despertemos todas las
mañanas bajo un pacífico sol, tendremos que llevar una vida cotidiana. Pero hay
un desastre que ya está muy entre nosotros. Estoy refiriéndome a la calamidad
de una conciencia desespiritualizada y de un humanismo irreligioso.
Este criterio ha hecho del hombre la medida de todas las cosas que existen
sobre la tierra; ese mismo ser humano imperfecto que nunca está libre de
jactancia, egoísmo, envidia, vanidad y toda una docena de otros defectos.
Estamos ahora pagando por los errores que no fueron apropiadamente evaluados al
inicio de la jornada. Por el camino del Renacimiento hasta nuestros días hemos
enriquecido nuestra experiencia pero hemos perdido el concepto de una Entidad
Suprema Completa que solía limitar nuestras pasiones y nuestra
irresponsabilidad.
Hemos puesto demasiadas esperanzas en la política y en las reformas sociales, sólo
para descubrir que terminamos despojados de nuestra posesión más preciada:
nuestra vida espiritual, que está siendo pisoteada por la jauría partidaria en
el Este y por la jauría comercial en Occidente. Esta es la esencia de la
crisis: la escisión del mundo es menos aterradora que la similitud de la
enfermedad que ataca a sus miembros principales.
Si, como pretende el humanismo, el ser humano naciese solamente para ser feliz,
no nacería para morir. Desde el momento en que su cuerpo está condenado a muerte,
su misión sobre la tierra evidentemente debe ser más espiritual y no sólo
disfrutar incontrolablemente de la vida diaria; no la búsqueda de las mejores
formas de obtener bienes materiales y su despreocupado consumo. Tiene que ser
el cumplimiento de un serio y permanente deber, de modo tal que el paso de uno
por la vida se convierta, por sobre todo, en una experiencia de crecimiento
moral. Para dejar la vida siendo un ser humano mejor que el que entró en ella.
Es imperativo reconsiderar la escala de los valores humanos usuales; su
presente tergiversación es pasmosa. No es posible que la evaluación del
desempeño de un Presidente se reduzca a la cuestión de cuanta plata uno gana o
a la disponibilidad de gasolina. Solamente alimentando voluntariamente en nosotros
mismos un autocontrol sereno y libremente aceptado puede la humanidad erguirse
por sobre la tendencia mundial al materialismo.
Hoy sería retrógrado aferrarnos a las petrificadas fórmulas de la Ilustración. Un
dogmatismo social de esa especie nos deja inermes frente a los desafíos de
nuestros tiempos.
Aún si nos libramos de la destrucción por la guerra, la vida tendrá que cambiar
bajo pena de perecer por si misma. No podemos evitar una reevaluación de las
definiciones fundamentales de la vida y de la sociedad. ¿Es cierto que el ser
humano está por encima de todas las cosas? ¿No hay un Espíritu Superior por
encima de él? ¿Está bien que la vida de una persona y las actividades de una
sociedad estén guiadas sobre todo por una expansión material? ¿Es permisible
promover esa expansión a costa de la integridad de nuestra vida espiritual?
Si el mundo no se ha acercado a su fin, al menos ha arribado a una importante
divisoria de aguas en la
Historia, igual en importancia al paso de la Edad Media al
Renacimiento. Demandará de nosotros un fuego espiritual. Tendremos que alzarnos
a la altura de una nueva visión, un nuevo nivel de vida, dónde nuestra
naturaleza física no será anatematizada como en la Edad Media, pero, más
centralmente aún, nuestro ser espiritual no será pisoteado como en la Edad Moderna.
La ascensión es similar a un escalamiento hacia la próxima
etapa antropológica. Nadie, en todo el mundo, tiene más salida que hacia un
solo lado: hacia arriba.
Notas
[1] Plaza Vieja en Moscú (Staraya Ploshchad) es la plaza donde reside el
cuartel general del Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética
(CPSU); este es el verdadero nombre de lo que en Occidente es conocido como “El
Kremlin."
Fuente: Texts of Famous Speeches, Harvard.
Fomateado a HTML by The Augustine Club at Columbia University, 1997.