lunes, 22 de julio de 2013

"...que sea como un mar embravecido"





“El mundo moderno, que niega el delito personal y sólo admite crímenes sociales, que no encuentra sitio para el arrepentimiento personal, sino sólo para las reformas públicas, ha  divorciado a Cristo de su Cruz. Lo que Dios había unido, los hombres lo han desunido…La Civilización Occidental post-cristiana ha elegido a Cristo sin la Cruz. Pero un Cristo sin sacrificio que reconcilie al mundo con Dios es un predicador ambulante barato, afeminado, incoloro…Sin su Cruz, Cristo queda reducido a un insoportable precursor de la democracia o a un humanitario que enseñó la fraternidad sin lágrimas.

Quien busca a Cristo sin Cruz acaba encontrando una cruz sin Cristo.

Hoy día necesitamos un Cristo que haga látigos para arrojar a los vendedores y compradores de nuestros nuevos templos; que maldiga las higueras estériles, que hable de cruces y sacrificios, y cuya Cruz sea como un mar embravecido. Pero no nos permitirá espigar y escoger entre sus palabras, apartando las que sean duras y aceptando las que halaguen nuestro gusto y capricho. Necesitamos un Cristo que restaure la indignación moral, que nos haga odiar el mal con intensidad apasionada, y amar el bien hasta el punto que podamos beber la muerte como bebemos agua”
                                                                     Ven. Fulton Sheen - Vida de Cristo

Queca y el Santoral



Mi abuela siempre me llamaba para San Juan. Eso era bueno, porque me llamaba más veces por año que si me hubieran bautizado Nicéforo. "Te llamo por tu Santo", decía y me anoticiaba de la fecha. También llamaba "Santo" a la fecha de cumpleaños, identificando el día del nacimiento con el Santoral, lo que no era exacto, porque en ese caso yo hubiera debido llamarme Diego.
Ella tenía alrededor de cincuenta nietos, es decir que una o dos veces por semana encontraba la razón para llamar a alguno.
Mi madre ha seguido esta buena costumbre, y cada tanto ata lazos por teléfono con hijos o nietos y misteriosamente también con nuestros bienaventurados protectores.

La costumbre del santoral debe ser reivindicada por las tremendas ventajas que tiene sobre las demas fechas conmemorativas, de uso moderno. Por ejemplo, el masivo Día del Amigo. El día del amigo es el día que llaman justamente los que no son amigos. Ese día llaman los clientes y es una molestia espantosa hablar con ellos simulando una amistad que no se tiene. Ese día hago huelga y apago el teléfono, por el bien de la amistad, y en parte por pudor. Lo mismo con las comerciales fechas del Niño, el Padre, la Madre, la Secretaria, que mi abuelo tildaba de "reminiscencias de la Revolución Francesa", como el tuteo indiscriminado o la guillotina.

El santoral, decía, tiene ventajas. A mí me resulta casi imposible recordar las fechas de cumpleaños, y si se pusiera en uso la costumbre del Santoral, bastaría con verlo para recordar a alguien.
Por ejemplo, hoy es Santa María Magdalena. Ora pro nobis




sábado, 20 de julio de 2013

Calvino y la pesca

Me tiraron con un Manual de Garrigou Lagrange por la cabeza. ¿Y qué voy a decir? No voy a discutir con el egregio dominico ni con el emboscado arrojador, por razones diametralmente opuestas. Empezando porque no sé mucho de Teología, y porque no puedo con los Manuales de Moral. No sé demasiado ni de una cosa ni de la otra, ni de Teología ni de Moral.
De pesca sé un poco más y me gustan los libros que algunos viejos pescadores supieron escribir con el relato de sus aventuras, generalmente no muy escalofriantes. Fines de semana al borde de un río.
Por eso prefiero dejar acá los grandes temas morales y hablar de pesca.
Yo recuerdo esos viejos tiempos... Ibamos con mi mujer al río llevando nuestras cañas, una canasta con fiambres, una botella de vino...ella siempre insistía con llevar su  mantel de hilo, menos práctico que un hule, pero "mucho más lindo" decía para explicar, como una disculpa.

 
Sacábamos un par de truchitas para poner a la noche en la sartén con algunos hongos que ella juntaba y otros menjunjes. 
 Un par, nomás, para nosotros y algún amigo invitado. 


Al caer el sol, era doblar el mantel, desarmar las cañas, regresar y encontrar a Los Pescadores. Ellos siempre traían sus ostensibles quince o treinta presas, sus poses fotográficas, y también su sorna por las dos o tres de nuestra canasta. Daba una especie de bronca medio indefinible en su causa, si por la bolsa enorme que traían, si por el desperdicio, su exhibición, o su desprecio. O todo junto.
Pero no mucha bronca, tampoco vayamos a cargar las tintas. Quizás era mas bien pena por el desprecio hiriente, o quizás por la degradación o manipulación de algo tan sagrado como la pesca para provecho inútil y regocijo impropio. Esa parte nunca la supe porque excede a la pesca.

Lo cierto es que el tiempo pasó y Los Pescadores siguieron con sus técnicas probadas y eficientes. Quince, treinta, cuarenta, a veces más. Y así continuó hasta la llegada del Nuevo Reglamento de Pesca y, sobre todo, del Espíritu del nuevo reglamento. 
A partir de ahí, y por decreto ya no se pudieron sacar más truchas porque es depredación, porque el Medio no da, y  porque no es "sustentable".
"Medio" es la palabra que usan para denominar al Río.
Así que ahora es Catch & Release, "Liberación Obligatoria" dice textual el Nuevo Reglamento en lengua vernácula. 
La verdad es que a mí eso siempre me pareció una mariconada: ya no es ni quince ni cuarenta, ni dos para la sartén. Ahora es nada. Ahora hay que liberar delicadamente a estos desconcertados animalitos que ya se veían a sí mismos fritos entre hongos y menjunjes y si es posible darles un beso y decirles algo así como "vete en Paz". Quizás olvidan que la pesca no es un juego.

También aparecieron unos sujetos que se llaman Guías (están en el Nuevo Reglamento), y son Pescadores Profesionales, que saben prácticamente todo sobre la pesca, especialmente sobre el articulado y sobre el Código Civil y los accesos permitidos al Río.

Reconozco que algunas veces pasamos un par de truchitas en la canasta. De contrabando, no sea cosa que las vean los Guías. Lo raro es que los Guías son exactamente las mismas personas que antes del Nuevo Reglamento de Pesca mostraban su desprecio por la exigüidad de las dos o tres y ahora las miran con exhibición de horror y de escándalo por la enormidad. Los Guías en general son los que antes eran Los Pescadores.

Al final dejamos de compartir la mesa, al comprobar que con demasiada frecuencia la expresión de los invitados al ver la fuente era la que quizás pondrían si al llegar a una comida en Africa les sirvieran una cabeza humana y se la tuvieran que tragar, por respeto a ese ancronismo cultural que es la antropofagia.

Claro es que igual extrañamos aquellos sencillos picnics sobre el mantelito de hilo y la botella de vino al borde del Río.


En definitiva, a la pesca la arruinaron los que antes nos exhibían bolsas de desperdicios y nos tiraban Manuales de Pesca por la cabeza en lugar de escribir pequeños libros de aventuras, o de enseñar a pescar a sus hijos. Tanto como   los que ahora nos aplican el nuevo Reglamento, que no es más que una sofisticada forma de no pescar. Y son los mismos.
Y que las dos o tres truchas de la canasta no son un "justo medio" entre la depredación y la nada, sino algo muy distinto. La pesca no es una cuestión de grados. 
Cosa que explica muy bien un amigo, que no es pescador sino cazador: "si ves dos patos volando en fila y disparás al medio, un teórico te diría que en promedio cazaste uno"





miércoles, 17 de julio de 2013

Lo que enseña Francisco

 "A él se lo podrá presentar no sólo como héroe humano sino también del humanismo; en realidad como el primer hé­roe del humanismo. Se lo ha descrito como una especie de lucero de la mañana del Renacimiento. Y en com­paración con todo esto puede alguien ignorar o pasar por alto su teología ascética como mero accidente de la época que afortunadamente no resultó fatal. A su reli­gión se la puede mirar como superstición, bien que inevitable, de la que ni el mismo genio podía librarse totalmente y, vistas así las cosas, considerar que sería injusto condenar a san Francisco por la negación de sí o censurarlo por su castidad."                                                                                             G.K Chesterton, San Francisco de Asís 




Carta a a toda la Orden 


En el nombre de la suma Trinidad y Santa Unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
A todos los reverendos y muy amados hermanos, a fray A. (Elías), ministro general de la orden de los hermanos Menores, su señor, y a todos los ministros generales que serán después de él, y a todos los ministros y custodios y sacerdotes de la misma fraternidad, humildes en Cristo, y a todos los hermanos simples y obedientes, a los primeros y a los más recientes, fray Francisco, hombre vil y caduco, pequeñito siervo vuestro, salud en Aquel que nos redimió y lavó en su Preciosísima Sangre, cuyo nombre, al oírlo, debéis adorar con temor y reverencia, postrados en el suelo, el Señor Jesucristo, Hijo del Altísimo, nombre bendito por los siglos. Amén.  



Escuchad, hijos y hermanos míos, y prestad oído a mis palabras. Inclinad el oído de vuestro corazón y obedeced a la voz del Hijo de Dios. Guardad en todo vuestro corazón sus mandatos y cumplid perfectamente sus consejos. Proclamadlo, porque es bueno, y exaltadlo con vuestras obras, pues para eso os envió a todo el mundo, para que, de palabra y de obra, deis testimonio de su voz y deis a conocer a todos que no hay nadie todopoderoso, más que Él. Perseverad en la disciplina y santa obediencia y cumplid con propósito bueno y firme lo que habéis prometido. El Señor Dios se nos ofrece como a hijos.
Os ruego, por tanto, a todos vosotros, hermanos, besándoos los pies y con la caridad que puedo, que mostréis toda la reverencia y el honor que podáis al Santísimo Cuerpo y a la Santísima Sangre de nuestro Señor Jesucristo, en el que todas las cosas del cielo y de la tierra han sido pacificadas y reconciliadas con Dios todopoderoso.
 

También ruego en el Señor a todos mis hermanos sacerdotes que son y serán o desean ser sacerdotes del Altísimo, que cuando quieran celebrar la Misa, ofrezcan, puros y puramente, con reverencia, el Verdadero Sacrificio del Santísimo Cuerpo y Sangre de nuestro Señor Jesucristo, con santa y limpia intención, no por cosa alguna terrena ni por temor o amor humano, como para complacer a los hombres. Mas bien se oriente a Dios toda voluntad, deseando complacer sólo al mismo sumo Señor, en la medida de la gracia, porque sólo en ella se obra como a Él le agrada; pues, como él dice: Haced esto en memoria mía; y si uno obra de otro modo, se convierte en un Judas traidor y se hace reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor.
 

Recordad, hermanos míos sacerdotes, lo que está escrito en la ley de Moisés, que quien la incumplía, incluso en lo material, moría sin misericordia, por sentencia del Señor. ¡Cuánto mayores y más graves suplicios merecerán los que hayan pisoteado al Hijo de Dios y contaminado la Sangre de la alianza, en la que es santificado, y ultrajado al espíritu de la gracia! Desprecia, pues, el hombre, contamina y pisotea al Cordero de Dios cuando, como dice el apóstol, no distingue ni discierne el pan santo de Cristo de otros alimentos o acciones, o lo come en vano e indignamente, a pesar que dice el Señor por medio del profeta: Maldito el hombre que realiza fraudulentamente la obra de Dios. Y a los sacerdotes que no quieren tomarse esto en serio los condena, diciendo: Maldeciré vuestras bendiciones.

Oíd, hermanos míos: si la bienaventurada Virgen es tan honrada, como se merece, porque lo llevó en su vientre santísimo; si el bienaventurado Bautista se estremeció y no se atrevió a tocar la cabeza santa de Dios; si se venera el sepulcro donde yació algún tiempo, ¡cuán santo, justo y digno debe ser quien toca con sus manos, recibe en el corazón y en la boca y da a comer a otros no al (Cristo) mortal, sino al eternamente vencedor y glorioso, a quien los ángeles desean contemplar!.


Mirad vuestra dignidad, hermanos sacerdotes, y sed santos, porque él es santo. Y como el Señor Dios os ha honrado por encima de todos con este ministerio, amadlo así vosotros, reverenciadlo y honradlo más que a nadie. ¡Qué gran miseria y miserable mezquindad, cuando lo tenéis tan presente y vosotros os preocupáis de cualquier cosa del mundo! Todo hombre tema, todo el mundo se estremezca y exulte el cielo, cuando sobre el altar, en las manos del sacerdote, está Cristo, el hijo de Dios vivo. ¡Oh altura admirable y estupenda dignación! ¡Oh humildad sublime! ¡Oh humilde sublimidad, que el Señor Dios del universo e Hijo de Dios se humille de ese modo, hasta esconderse en un pequeño trozo de pan, por nuestra salvación!
Mirad, hermanos, la humildad de Dios y derramad ante él vuestros corazones; humillaos también vosotros, para que él os ensalce. Nada vuestro, pues, retengáis para vosotros, para que os acoja totalmente quien se ofrece totalmente a vosotros.
Por eso amonesto y exhorto en el Señor que en los lugares donde viven los hermanos se celebre una sola Misa diaria, según la forma de la santa Iglesia. Y si los sacerdotes del lugar son varios, por amor de caridad uno se contente con escuchar la celebración de otro sacerdote, porque el Señor Jesucristo llena a los que son dignos de él, ausentes o presentes. Él, aunque parezca estar en muchos lugares, permanece, no obstante, indiviso, sin merma alguna, y, siendo uno, obra en todas partes, como a él le agrada, con Dios Padre y con el Espíritu Santo Paráclito, por los siglos de los siglos. Amén.


Y, puesto que quien es de Dios escucha las palabras de Dios, todos nosotros los que estamos llamados de manera especial a los oficios divinos, no sólo debemos escuchar y hacer lo que Dios dice, sino también conservar los vasos y otros objetos litúrgicos que contienen sus santas Palabras, para que entre en nosotros la alteza de nuestro Creador y nuestra sumisión a él. Por eso exhorto a todos mis hermanos, y los animo en Cristo, para que veneren, cuanto puedan, las palabras divinas escritas, dondequiera que las encuentren. Y, si no están bien guardadas o están indignamente colocadas en cualquier lugar, en lo que a ellos respecta, las recojan y las coloquen bien, honrando al Señor en las palabras que él pronunció. Pues muchas cosas se santifican mediante las Palabras de Dios y en virtud de las Palabras de Cristo se realiza el Sacramento del Altar.
 



Confieso además al Señor Dios, Padre e Hijo y Espíritu Santo, a la bienaventurada perpetua virgen María y a todos los santos, a fray Elías, ministro de nuestra Orden, como venerable señor mío, y a los sacerdotes de nuestra Orden y a todos los demás hermanos míos benditos todos mis pecados. En muchas cosas he ofendido por mi grave culpa, especialmente porque no observé la regla que prometí al Señor, ni el oficio como prescribe la regla, o por negligencia o por motivo e mi enfermedad o porque soy ignorante e idiota.

Por todo ello digo como puedo al ministro general fray Elías, mi señor, que haga observar a todos la regla inviolablemente, y que los clérigos digan el oficio con devoción ante Dios, no mirando a la melodía de la voz, sino a la sintonía de la mente, de modo que la voz concuerde con la mente y la mente concuerde con Dios, para poder agradar a Dios por la pureza del corazón, mejor que halagar los oídos del pueblo con la suavidad de la voz. Yo prometo, pues, guardar firmemente estas cosas, según me lo conceda la gracia de Dios, y las transmitiré a los hermanos que están conmigo, para que las observen, en lo que respecta al oficio y a las otras normas establecidas.

Y a los hermanos que no quieran observar estas cosas no los considero católicos, ni hermanos míos; ni quiero verlos ni hablarles, mientras no hagan penitencia. Lo mismo digo de todos los demás, que vagan, abandonando la disciplina de la regla; porque nuestro Señor Jesucristo dio su vida, por no faltar a la obediencia del Padre.
Yo, fray Francisco, hombre inútil e indigna criatura del Señor Dios, en nombre del Señor Jesucristo, digo a fray Elías, ministro de toda nuestra Orden, y a todos los ministros generales que vendrán después de él, y a todos los custodios y guardianes de los hermanos que son y serán, que tengan consigo este escrito, lo pongan en práctica y lo conserven con interés. Y les ruego que guarden con solicitud y hagan observar diligentemente las cosas escritas en él, según el beneplácito de Dios todopoderoso, ahora y siempre, mientras dure este mundo. Benditos del Señor vosotros, los que hagáis estas cosas, y el Señor esté con vosotros eternamente. Amén.
 

Oración
Dios omnipotente, eterno, justo y misericordioso, concédenos a nosotros, miserables, por causa tuya, hacer lo que sabemos que tú quieres y querer lo que a ti te agrada, para que, purificados interiormente, interiormente iluminados y encendidos en el fuego del Espíritu Santo, podamos seguir las huellas de tu amado Hijo, nuestro Señor Jesucristo, y con la única ayuda de tu gracia llegar a ti, Altísimo, que vives y reinas en Trinidad perfecta y Unidad simple, y eres glorificado Dios todopoderoso por los siglos de los siglos. Amén.



 

viernes, 12 de julio de 2013

La adoración de lo horrible


Repasaba ayer algunas lecturas de Castellani y hoy me vengo a encontrar con la entrada del P. Terzio en Ex-Orbe

A veces todo parece volverse muy obscuro...




Los Grados del Fariseísmo

1) La religión se vuelve meramente exterior...
2) La religión se vuelve profesión, "métier", "gagne-pain"
3) La religión se vuelve instrumento de ganancia, de honores, de poder, o de dinero.
4) La religión se vuelve pasivamente dura; insensible, descarnada
5) La religión se vuelve hipocresía: el "santo" hipócrita empieza a despreciar y aborrecer a los que tienen religión verdadera
6) El corazón de piedra se vuelve cruel, activamente duro
7) El falso creyente persigue de muerte a los veros creyentes, con saña ciega, con fanatismo implacable...y no se calma ni siquiera ante la Cruz ni después de la Cruz... "Este impostor dijo que al tercer día iría a resucitar"; de modo que oh Excelso Procurador de Judea...Guardias al sepulcro.

Cfr: P. Castellani, Los Papeles de Benjamín Benavidez



Un apunte desordenado, que no voy a desarrollar. 

Los tres primeros grados pertenecen al Mundo y a la Carne. Los que siguen son diabólicos.

El fariseísmo es categórico. Hay muchas formas de ser fariseo. El fariseísmo no es más que la manipulación de la Misericordia. 
En la Parábola del fariseo y el publicano el Señor nos muestra dos disposiciones del espíritu: el que pide piedad y el soberbio que se auto-misericordea. 


Esas dos disposiciones, que son espirituales, internas, son la causa de la disposición corporal, exterior. Pero se puede ser un fariseo hipócrita con ceniza en la cabeza en el fondo del Templo golpeándose el pecho, y se puede ser un humilde publicano arrodillado frente al Sagrario aferrado a la última esperanza, contra toda esperanza. 
Dios mira el interior. El hipócrita no es hipócrita porque "exterioriza" su piedad, sino que lo es porque no tiene ninguna piedad.
Y que el interior propio sea horrible, no da derecho a volver horrible lo que tenemos enfrente porque eso es la adoración de sí, de la propia horribilidad. 
Dar testimonio de sí. Eso es exactamente lo contrario de la humildad, es su falsificación. Esa es la naturaleza del fariseísmo: regodearse en la propia "humilde" horribilidad impía, exteriorizarla, compartirla, comunicarla, proyectarla al Altar y... adorarla.

Catedral de Buenos Aires

En la verdadera oración hay un diálogo verdadero, un camino de dos vías, dos disposiciones. Como hombre orante, creatura completamente indigna y llena de temor,
arrodillado, alaba y ruega misericordia; desde enfrente la Divina Majestad se compadece de su miseria y desborda amor y gracia por su creatura.


En fin, no quiero seguir con el tema. Quisiera rogarles que por favor nos dejen en paz. Me siento tremendamente cansado. Sumido en el desconcierto más profundo. Como viviendo la Abominación de la Desolación en el Lugar Santo.

Señor, ten misericordia de nosotros.






lunes, 1 de julio de 2013

Para artista "testimonial"...Yepes.




Narciso, dígame una cosa con toda sinceridad. ¿Qué es el triunfo para usted?

Me pide sinceridad total, ¿no? Pues así le hablaré. Jamás me he preocupado por el éxito, ni por el triunfo, ni por el aplauso... Todo lo que me ha ido viniendo de aceptación, por parte del público o de la crítica, lo he recibido con las mismas dosis de alegría que de humildad. Yo soy humilde de cuna y creo que soy humilde de espíritu. Y en eso no pienso cambiar. Nunca me he envanecido, ni me he endiosado. El éxito no afecta al interior de mi ser. Dicho con más crudeza: mis entrañas no saben qué es la fama. Y eso es bueno. Uno sigue siempre aguijoneado por el instinto de superación. No considero jamás que en nada de lo que hago haya llegado a la cumbre.

Pero usted trabaja con sus partituras y su guitarra para dar esa música a otros...

Sí, ¿y qué?

Luego... está buscando un eco, y que le sea favorable…

Yo recreo la música, primero, para mi gozo solitario. Y, sólo después, para darla a oír a los demás. Cuando doy un concierto, sea en un gran teatro, sea en un auditórium palaciego, o en un monasterio, o... tocando sólo para el Papa, como hice una vez en Roma ante Juan Pablo II, el instante más emotivo y más feliz para mí es ese momento de silencio que se produce antes de empezar a tocar. Entonces sé que el público y yo vamos a compartir una música, con todas sus emociones estéticas. Pero yo no sólo no busco el aplauso, sino que, cuando me lo dan, siempre me sorprende..., ¡se me olvida que, al final del concierto, viene la ovación! Y le confesaré algo más: casi siempre, para quien realmente toco es para Dios... He dicho «casi siempre» porque hay veces en que, por mi culpa, en pleno concierto puedo distraerme. El público no lo advierte. Pero Dios y yo sí.

Y.. ¿a Dios le gusta su música?

¡Le encanta! Más que mi música, lo que le gusta es que yo le dedique mi atención, mi sensibilidad, mi esfuerzo, mi arte..., mi trabajo. Y, además, ciertamente, tocar un instrumento lo mejor que uno sabe, y ser consciente de la presencia de Dios, es una forma maravillosa de rezar, de orar. Lo tengo bien experimentado.

Perdone la humorada, Yepes: es precioso que usted actúe para un espectador divino; pero, si al artista en pleno concierto «se le va el santo al cielo», el público puede pensar que allí está de más...

¡No! ¡Yo toco con los pies bien en el suelo! Yo soy consciente de que hay un diálogo mudo, una corriente mutua de energía que pasa de mí al público y del público a mí. Cuando se tiene el alma llena de fe y de amor, necesariamente se produce esa comunicación. No das notas, das... todo un mundo de evocaciones, de ideas, y de emociones que están entre las notas y en tu mente y en tu corazón y en las yemas de tus dedos. Das... tu vida interior. Al espectador de butaca y al de allá arriba a la vez.

¿Siempre ha tenido usted esa fe religiosa que ahora tiene?

No. Mi vida de cristiano tuvo un largo paréntesis de vacío, que duró un cuarto de siglo. Me bautizaron al nacer, y ya no recibí ni una sola noción que ilustrase y alimentase mi fe... ¡Con decirle que comulgué por primera vez a los veinticinco años! Desde 1927 hasta 1951, yo no practicaba, ni creía, ni me preocupaba lo más mínimo que hubiera o no una vida espiritual y una trascendencia y un más allá. Dios no contaba en mi existencia. Pero... luego pude saber que yo siempre había contado para Él. Fue una conversión súbita, repentina, inesperada... y muy sencilla. Yo estaba en París, acodado en un puente del Sena, viendo fluir el agua. Era por la mañana. Exactamente, el 18 de mayo. De pronto, le escuché dentro de mí... Quizás me había llamado ya en otras ocasiones, pero yo no le había oído. Aquel día yo tenía «la puerta abierta»... Y Dios pudo entrar. No sólo se hizo oír, sino que entró de lleno y para siempre en mi vida.

¿Una conversión a lo Paul Claudel, a lo André Frossard..., a lo san Pablo?

¡Ah..., yo supongo que Dios no se repite! Cada hombre es un proyecto divino distinto y único; y para cada hombre Dios tiene un camino propio, unos momentos y unos puntos de encuentro, unas gracias y unas exigencias... Y toda llamada es única en la historia...
Dice usted que «escuchó», que «se hizo oír»..., ¿he de entender, Narciso, que usted, allí junto al Sena, «oyó» palabras?

Sí, claro. Fue una pregunta, en apariencia, muy simple: «¿Qué estás haciendo?» En ese instante, todo cambió para mí. Sentí la necesidad de plantearme por qué vivía, para quién vivía... Mi respuesta fue inmediata. Entré en la iglesia más próxima, Saint Julian le Pauvre. Y hablé con un sacerdote durante tres horas... Es curioso, porque mi desconocimiento era tal que ni me di cuenta de que era una iglesia ortodoxa. A partir de ese día busqué instrucción religiosa, católica. No olvidé que yo estaba bautizado. Tenía la fe dormida y... revivió. Y ya desde aquel momento nunca he dejado de saber que soy criatura de Dios, hijo de Dios... Un hombre con una cita de eternidad que se va tejiendo y recorriendo ya aquí en compañía de Dios. Así como hasta entonces Dios no contaba para nada en mi vida, desde aquel instante no hay nada en mi vida, ni lo más trivial, ni lo más serio, en lo que yo no cuente con Dios. Y eso en lo que es alegre y en lo que es doloroso, en el éxito, en el trabajo, en la vida familiar, en una pena honda como la de que te llame la Guardia Civil a media noche para decirte que tu hijo ha muerto...

Esa noticia, ese desgarro, ¿no le hizo encararse con Dios y... pedirle explicaciones? ¿Lo aceptó a pie firme?

¿Pedirle explicaciones? ¿Por qué iba a hacerlo? Sentí y sigo sintiendo todo el dolor que usted pueda imaginarse..., y más. Pero sé que la vida de mi hijo Juan de la Cruz estaba amorosamente en las manos de Dios... Y ahora lo está aún con más plenitud y felicidad. Por otra parte, Pilar, cuando se vive con fe y de fe, se entiende mejor el misterio del dolor humano. El dolor acerca a la intimidad de Dios. Es... una predilección, una confianza de Dios hacia el hombre.

Dios trata duro a los que quiere santos...

Pues... sí. Así es. Pero no es el trato duro, áspero e insufrible de un todopoderoso tirano, sino..., ¿sabré hacerme entender?, la caricia de un padre que se apoya en su hijo. Y esa caricia... limpia, sosiega y enriquece el alma. Y se obtiene la certeza moral y hasta física de que la muerte ha de ser un paso maravilloso: llegar, por fin, a la felicidad que nunca acaba y que nada ni nadie puede desbaratar... ¡Empezar a vivir de verdad!

Oyéndole hablar puede parecer que en usted no hay, como en todos los mortales, el hombre carnal, el bajo mundo de pasiones, la rebeldía del barro... Se diría que en usted hay una espiritualidad de superhombre, o de superángel, sin lucha, sin tentación, sin caída... ¡y sin tibieza ni rutina! ¿No es demasiado sublime para ser real?

Pues no habré sabido explicarme. ¡Claro que hay tentación! Pero también hay gracia. ¿Rutina, tibieza? Si se nutre a diario la experiencia de vivir estando al tanto de Dios, no cabe la rutina: Él interpela de continuo con preguntas y con solicitudes nuevas... Y uno va de hallazgo en hallazgo. ¡Nada es igual! Todo es novedad. Ya le dije que Dios no se repite nunca... Ciertamente, yo no le planteo rebeldía a Dios: hacer las cosas bien me cuesta, como a cualquiera. Pero, desde la libertad para decir «No quiero», decido decir «Sí quiero». Porque, además de creer en Dios..., yo le amo. Y lo que es incomparablemente más afortunado para mí: Dios me ama. ¡Cambiaría tanto la vida de los hombres si cayesen en la cuenta de esta espléndida realidad!

Pero el mundo camina en otra dirección... justo la contraria.

Sí. Es tremendo que el hombre, por cuatro cachivaches técnicos que ha conseguido empalmar, se haya creído que puede prescindir de Dios y trate de arreglar esta vida con su solo esfuerzo... Pero ¿qué está consiguiendo? No es más feliz, no tiene más paz, no se siente más seguro, no progresa auténticamente, pierde el respeto a los demás hombres, utiliza mal los recursos creados..., y él mismo es cada vez menos humano. La sociedad tecnificada y postindustrial de este siglo que vivimos ha perdido su norte. Está equivocada. Marcha fuera del camino...; por eso no avanza verdaderamente. Y esto lo afirmo y, si me lo pone por escrito, lo firmo.