Lo más profundamente humano: dos visiones en contraste sobre la nostalgia
En una conferencia dada en Varsovia el 9 de Abril de 2011,
Leo Darroch, ex Presidente de la Federación
Internacional de Una Voce tenía algo como esto para decir:
"¿Y
qué es esto que atrae a tantos jóvenes a la Liturgia Tradicional
de la Iglesia?
Nostalgia no puede ser: ellos nunca experimentaron la Liturgia anterior a 1962.
¿Y por qué no están conformes con la nueva liturgia que se supone tan
especialmente atractiva para los jóvenes (participación activa, liturgias
creativas, música moderna, danzas)? ¿No es eso todo lo que los jóvenes quieren?
Queda claro que no lo es. La Misa
moderna, tal como se les ha presentado en las décadas recientes los ha alejado
de la Iglesia. En
la preparación para esta conferencia he consultado a todos los miembros de la Federación y también a
aquellos grupos nuevos que me contactaron. Los comentarios que recibí,
especialmente de los líderes jóvenes de los nuevos grupos formados en todas
partes del mundo, revelan una sed por la verdad, por la dignidad y la
reverencia en el culto, por algo trascendente.”
Ciertamente, la vieja guardia del “Espíritu del Vaticano II”
acusa a los tradicionalistas de hundirse en una especie de nostalgia, al punto
que el Padre Richard McBrien se vio en grandes apuros al intentar explicar cómo
es posible que los católicos jóvenes, que no crecieron asistiendo a la Misa en latín, (y que en
realidad nacieron mucho después de que esta casi desapareciera) hoy se acercan
en grandes cantidades a ella, encantados, y pasándola a sus hijos. ¡Que alguien
sienta “nostalgia” por algo que jamás podría recordar es algo que solo puede
tacharse de absurdo y categóricamente ilógico!
En una entrevista al National Catholic Reporter, el
Arzobispo Piero Marini insólitamente comparaba a estos nostálgicos con los
judíos, que luego de ser liberados del cautiverio bajo el Faraón y su malévolo
imperio, extrañaban los carnales placeres de Egipto:
"Antes
que nada es importante que me refiera a este sendero [de reforma litúrgica],
que sostengo es irreversible. Con frecuencia pienso acerca del viaje de los
israelitas del Antiguo Testamento. Era un viaje difícil, y en ocasiones el
pueblo sentía nostalgia por el pasado, por las cebollas y melones de Egipto y
demás. En otras palabras: a veces querían regresar. Pero el viaje histórico de la Iglesia es uno en el que
por necesidad debe ir hacia delante”
Su Excelencia se siente intrigado al ver tanta gente joven
atraída por las viejas formas de la
Liturgia, ¿Cómo puede ser? Y comparte su razonamiento:
"Veo
una cierta nostalgia por el pasado. Lo que más me preocupa es que esta
nostalgia parece especialmente fuerte entre algunos sacerdotes jóvenes. ¿Cómo
es posible sentir nostalgia por una era que no experimentaron?...Siempre me
sorprende ver jóvenes que sienten nostalgia por algo con lo que nunca vivieron.
“¿Nostalgia por qué?”, eso es lo que me pregunto"
En realidad, estamos asistiendo, gracias a la Summorum Pontificum,
a los primeros frutos de una largamente demorada renovación litúrgica genuina,
y a la re-introducción de la doctrina tradicional y su práctica a lo largo y
ancho de la Iglesia. Los
jóvenes católicos que toman seriamente su fe, están simplemente haciendo eso:
tomándosela seriamente. Como recibida, no manufacturada; como intemporal, no
como algo actualizado. Han conseguido ver que la Misa no es un experimento de
“hágalo usted mismo”: sino el verdadero Sacrificio del Calvario revivido entre
nosotros, en una forma sagrada que nos fue dada y que tiene no solamente su
propia realidad santa, sino también la realidad santificada de la comunión de
los santos. La reacción de cualquier creyente sano es la de caer de rodillas en
agradecida adoración junto con las generaciones pasadas y las que están por
venir.
Entender la nostalgia de una
manera más profunda
Las personas que se refieren al término “nostalgia”, lo
hacen comúnmente en el mismo sentido en que a ella se refieren Darroch, McBrien
o Marini. Podríamos llamar a esto el sentido convencional del término, que
muchas veces lleva ínsita una connotación peyorativa. Pero me parece que quizás
nuestra convención pueda ser demasiado simplista y que la nostalgia debería ser
de algún modo rehabilitada como un positivo y bello fenómeno humano.
Un filósofo como Karol Wojtyla consideraba a la nostalgia
como una de las características mas distintivas del hombre, un signo de nuestra
percepción de trascender el momento presente:
"Nos
has hecho, Señor, para ti e inquieto está nuestro corazón hasta que descanse en
ti» (San Agustín). En esta inquietud creadora bate y pulsa lo que es más
profundamente humano: la búsqueda de la verdad, la insaciable necesidad del
bien, el hambre de la libertad, la
nostalgia de lo bello, la voz de la conciencia.” (Redemptor Hominis, 18)
Y Juan Pablo II vuelve a citar al mismo santo dos décadas
después al dirigirse a los artistas:
"La
belleza es clave del misterio y llamada a lo trascendente. Es una invitación a
gustar la vida y a soñar el futuro. Por eso la belleza de las cosas creadas no
puede saciar del todo y suscita esa
arcana nostalgia de Dios que un enamorado de la belleza como San Agustín ha
sabido interpretar de manera inigualable: «¡Tarde te amé, belleza tan antigua y
tan nueva, tarde te amé!” (Carta a los Artistas, 16)
Y nuevamente, en una encíclica que es reconocida como
particularmente cercana a su corazón, el mismo pontífice escribió:
"El
Apóstol (Hch 17, 26-27) pone de relieve una verdad que la Iglesia ha conservado
siempre: en lo más profundo del corazón del hombre está el deseo y la nostalgia de Dios. Lo recuerda con énfasis también la
liturgia del Viernes Santo cuando, invitando a orar por los que no creen, nos
hace decir: « Dios todopoderoso y eterno, que creaste a todos los hombres para
que te busquen, y cuando te encuentren, descansen en ti ». Existe, pues, un
camino que el hombre, si quiere, puede recorrer; inicia con la capacidad de la
razón de levantarse más allá de lo contingente para ir hacia lo infinito”. (Fides et Ratio, 24)
“Así, en Jesucristo, que es la Verdad, la fe reconoce la llamada última dirigida
a la humanidad para que pueda llevar a cabo lo que experimenta como deseo y
nostalgia” (Ibid.,33)
En otro documento, que merecería ser mucho mejor conocido, La Via Pulchritudinis,Camino Privilegiado de Evangelización y de Diálogo, el Pontificio Consejo
para la Cultura
afirma con un lenguaje que tiene fuertes reminiscencias de Juan Pablo II:
"La
vía de la belleza responde al íntimo deseo de felicidad que habita en el
corazón de todos los hombres. Ella abre horizontes infinitos que empujan al ser
humano a salir de sí mismo, de la rutina y del instante efímero que pasa, a
abrirse a lo transcendente y al misterio, a desear como último fin de su deseo
de felicidad y de su nostalgia absoluta, aquella Hermosura original que es Dios
mismo, Creador de toda belleza creada”
¿Tiene el
Cardenal Ratzinger, Papa Benedicto XVI algo más que agregar sobre esto?
El más
contundente pasaje del que tengo noticia está en el famoso mensaje La Contemplación de la Belleza, enviado al
“meeting” de Rimini de Comunión y Liberación, en Agosto de 2002:
"Sin duda, un inicio de comprensión de que la belleza tiene que ver con el dolor se encuentra también en el mundo griego. Pensemos por ejemplo en el Fedro de Platón. Platón considera el encuentro con la belleza como esa sacudida emotiva y saludable que permite al hombre salir de sí mismo, lo «entusiasma» atrayéndolo hacia otro distinto de él. El hombre -así dice Platón- ha perdido la perfección original concebida para él. Ahora busca perennemente la forma primigenia que le sane. Recuerdo y nostalgia lo inducen a la búsqueda, y la belleza lo arranca del acomodamiento cotidiano. Le hace sufrir. Podríamos decir, en sentido platónico, que el dardo de la nostalgia lo hiere y justamente de este modo le da alas y lo atrae hacia lo alto.
En el discurso de Aristófanes en el Banquete se afirma que los amantes desconocen lo que verdaderamente quieren el uno del otro. Por el contrario, resulta evidente que las almas de ambos están sedientas de algo distinto, que no es el placer amoroso. Sin embargo, el, alma no consigue expresar este algo distinto, «tiene sólo una vaga percepción de lo que realmente anhela y habla de ello como de un enigma».
En el siglo XIV, en el libro sobre la vida de Cristo del teólogo bizantino Nicolás Kabasilas, volvemos a encontrar esta experiencia de Platón, en la cual el objeto último de la nostalgia permanece sin nombre, aunque transformado por la nueva experiencia cristiana. Kabasilas afirma: «Hombres que llevan en sí un deseo tan poderoso que supera su naturaleza, y que desean y anhelan más de aquello a lo que el hombre puede aspirar, estos hombres han sido traspasados por el mismo Esposo; él misma ha enviado a sus ojos un rayo ardiente de su belleza. La profundidad de la herida revela ya cuál es el dardo, y la intensidad del deseo deja entrever Quién ha lanzado la flecha».
Este pasaje, junto a los otros citados, nos ayuda a ver que
hay un positivo entendimiento acerca de la nostalgia que bien haríamos en tomar
seriamente en nuestras reflexiones y en nuestras acciones, particularmente en
relación con la sagrada liturgia y la experiencia vital que el hombre tiene de
ella.
En base a esto, se puede distinguir entre una nostalgia
superficial y sentimental, y otra que es existencial, espiritual, y está
enraizada en el deseo del alma humana y en la añoranza por la inmortalidad, la
trascendencia, la inefable paz, y que nos compele hacia la belleza con eros y pathos. La primera nos lleva a fijarnos en tristes recuerdos del
pasado (cercana al lamento y la autocompasión), mientras que la segunda se
caracteriza por una incansable búsqueda de la belleza absoluta del Amado, en la
que incontables memorias particulares, experiencias y objetos servirán como
símbolos. La nostalgia en el mal sentido es instática, atrapada en sí misma,
mientras que la nostalgia en el sentido Wojtyliano-Ratzingeriano es extática, y
nos arrebata de nosotros mismos.
Visto esto, quizás no deberíamos apresurarnos demasiado al
decir que la nostalgia no tiene nada que ver con nuestro amor por la tradición
litúrgica romana, y particularmente por el usus
antiquor. En cambio, deberíamos insistir en la diferencia que existe entre
una emotividad superficial y una profunda corriente espiritual, sutil, vital y
poderosa en la que el alma humana es elevada hacia la Divinidad. De aquí que no
necesitemos disculparnos por nuestras añoranzas litúrgicas y espirituales, sino
por el contrario, regocijarnos en este regalo agridulce y paradójico de Dios,
que nos recuerda que “aquí no tenemos ciudad permanente, sino que buscamos la
futura” (Heb 13:14)
Mientras llegamos al fin de este año de Nuestro Señor, A.D.
2013, es muy natural echar una pensativa mirada hacia el tiempo que ha pasado y
vislumbrar las sombras borrosas de un futuro incierto que sabemos que traerá
tanto penas como alegrías. Y deberíamos
agradecer a Nuestro Señor por Su divina Misericordia que nos permite
gustar de esa dulzura trascendente que hace palidecer todos los placeres
mundanos, en una prefiguración de la bendición eterna que tanto añoramos, y de
la que nuestra nostalgia es un punzante recordatorio.
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