El cardenal Carlo Caffarra, de Bolonia, en una visita a niños enfermos en Navidad, con la Befana, la anciana que da regalos en Italia en esas fiestas
Reportaje contundente y sin desperdicios de Mateo Matzuzzi para Il Foglio, traducción de Helena Faccia Serrano en Religión en Libertad
“Desde Bolonia con amor: Detente”. Este es el título de una entrevista al cardenal arzobispo de Bolonia, Carlo Caffarra, muy cercano al movimiento Comunión y Liberación, publicada por Il Foglio.
“Alegato del cardenal Caffarra después del consistorio y de la relación Kasper”, es el subtítulo.
“No tocar el matrimonio de Cristo. No se juzga caso por caso, no se bendice el divorcio. La hipocresía no es misericordiosa”.
En respuesta a la propuesta del cardenal Walter Kasper sobre la posibilidad de readmitir a la comunión, después de un período de penitencia, a las parejas divorciadas vueltas a casar que lo soliciten, Caffarra afirma:
“Si la Iglesia admite a la Eucaristía, debe dar sin embargo un juicio de legitimidad a la segunda unión. Es lógico. Pero entonces —se pregunta— ¿qué pasa con el primer matrimonio? El segundo, se dice, no puede ser un verdadero segundo matrimonio, ya que la bigamia está en contra de la palabra del Señor. ¿Y el primero?, ¿se pierde? Pero los papas siempre han enseñado que la potestad del Papa no alcanza a esto: Sobre el matrimonio rato y consumado el Papa no tiene ningún poder".
"La solución propuesta lleva a pensar que queda el primer matrimonio, pero también hay una segunda forma de convivencia que la Iglesia legítima. Entonces hay un ejercicio de la sexualidad humana fuera del matrimonio que la Iglesia considera legítima. Pero con esto se niega la columna vertebral de la doctrina de la Iglesia sobre la sexualidad. En este punto cabe preguntarse: ¿Y por qué no aprobar la convivencia libre? ¿Y por qué no a las relaciones entre homosexuales?”.
A continuación publicamos la entrevista íntegra:
Desde Bolonia con amor: deteneos
Bolonia. Dos semanas después del consistorio sobre la familia, el cardenal arzobispo de Bolonia, Carlo Caffarra, afronta con Il Foglio los temas del orden del día del Sínodo extraordinario del próximo octubre y del ordinario de 2015: matrimonio, familia, doctrina de la Humanae Vitae, penitencia.- La “Familiaris Consortio” de Juan Pablo II está en el centro de un fuego cruzado. Por una parte se dice que es el fundamento del Evangelio de la familia; por la otra, que es un texto que ha sido superado. ¿Es posible una actualización del mismo?
- Si se habla de género y del llamado matrimonio homosexual, es verdad que en la época de la Familiaris Consortio no se hablaba de ellos. Pero de todos los otros problemas, en especial de los divorciados vueltos a casar, se habla desde hace mucho tiempo. Soy testigo directo de esto, porque fui uno de los consultores del Sínodo de 1980.
»Decir que la Familiaris Consortio ha nacido en un contexto histórico totalmente distinto del de ahora, no es verdad. Una vez precisado esto, digo ante todo que la Familiaris Consortio nos ha enseñado un método con el que afrontar las cuestiones del matrimonio y de la familia. Utilizando este método se ha llegado a una doctrina que sigue siendo un punto de referencia que no se puede eliminar.
»¿Qué método? Cuando le preguntaron a Jesús bajo qué condiciones era lícito el divorcio, de la licitud como tal no se discutía en aquel tiempo y Jesús no entra en la problemática casuística de la que nacía la pregunta, sino que indica en qué dirección se tiene que mirar para entender qué es el matrimonio y, en consecuencia, cuál es la verdad de la indisolubilidad matrimonial.
»Como si Jesús dijera: “Mirad, tenéis que mirar allí donde el hombre y la mujer llegan a la existencia en la verdad plena de su ser hombre y mujer llamados a convertirse en una sola carne”. En una catequesis, Juan Pablo II dice: “Surge entonces, es decir, cuando el hombre es situado por primera vez frente a la mujer, la persona humana en la dimensión del don recíproco cuya expresión (que es la expresión también de su existencia como persona) es el cuerpo humano en toda la verdad originaria de su masculinidad y feminidad”. Este es el método de la Familiaris Consortio.
- ¿Cuál es el significado más profundo y actual de la “Familiaris Consortio”?
- "Para tener ojos capaces de mirar dentro de la luz del Principio", la Familiaris Consortio afirma que la Iglesia tiene un sentido sobrenatural de la fe, que no consiste solo o necesariamente en el consentimiento de los fieles. La Iglesia, siguiendo a Cristo, busca la verdad, que no siempre coincide con la opinión de la mayoría. Escucha la conciencia y no el poder. Y en esto defiende a los pobres y a los despreciados.
»La Iglesia puede apreciar también la investigación sociológica y estadística, cuando se revela útil para entender el contexto histórico. Dicha investigación, por sí sola, no debe considerarse, sin embargo, expresión del sentido de la fe (FC 5). He hablado de verdad del matrimonio. Me gustaría precisar que esta expresión no denota una norma ideal del matrimonio. Denota lo que Dios, con su acto de creación, ha inscrito en la persona del hombre y de la mujer.
»Cristo dice que antes de considerar los casos, hay que saber sobre qué estamos hablando. No estamos hablando de una norma que admite o no admite excepciones, de un ideal hacia el que propender. Estamos hablando de lo que son el matrimonio y la familia. A través de este modo, la Familiaris Consortio individua qué es el matrimonio y cuál es su genoma; uso la expresión del sociólogo Donati, que no es un genoma natural, sino social y de comunión. Es dentro de esta perspectiva que la Exhortación individua el sentido más profundo de la indisolubilidad matrimonial (cfr. FC 20).
»La Familiaris Consortio ha representado, por tanto, un desarrollo doctrinal enorme, hecho posible también por el ciclo de catequesis de Juan Pablo II sobre el amor humano. En la primera de estas catequesis, del 3 de septiembre de 1979, Juan Pablo II dice que tiene la intención de acompañar, de lejos, los trabajos preparatorios del Sínodo que tuvo lugar al año siguiente.
»No lo hizo afrontando directamente temas de la asamblea sinodal, sino dirigiendo la atención a las raíces profundas. Es como si hubiese dicho “Yo, Juan Pablo II, quiero ayudar a los padres sinodales”. ¿Cómo los ayudo? Llevándoles a la raíz de las cuestiones. Es a partir de esta vuelta a las raíces que nace la gran doctrina sobre el matrimonio y la familia dada a la Iglesia por la Familiaris Consortio. Y no ignoró los problemas concretos.
»Habló también del divorcio, de la libre convivencia, del problema de la admisión de los divorciados vueltos a casar a la Eucaristía. La imagen, por tanto, de una Familiaris Consortio perteneciente al pasado, que no tiene nada que decir al presente, es caricaturesca. O es una consideración hecha por personas que no la han leído.
- Muchas conferencias episcopales han subrayado que por las respuestas a los cuestionarios en preparación de los próximos dos Sínodos, emerge que la doctrina de la “Humanae Vitae” ya sólo crea confusión. ¿Es así o ha sido un texto profético?
- El 28 de junio de 1978, poco más de un mes antes de morir, Pablo VI dijo: «Estaréis agradecidos a Dios y a mí por la Humanae Vitae». Después de cuarenta y seis años, vemos sintéticamente lo que ha ocurrido en la institución matrimonial y nos damos cuenta de lo profético de ese documento.
»Negando la conexión indisoluble entre la sexualidad conyugal y la procreación, es decir, negando la enseñanza de la Humanae Vitae, se ha abierto el camino a la recíproca desunión entre procreación y sexualidad conyugal: from sex without babies to babies without sex (del sexo sin bebés, a los bebés sin sexo, N.d.T.).
»Progresivamente, se ha ido oscureciendo la fundación de la procreación humana sobre el terreno del amor conyugal y se ha construido gradualmente la ideología que quienquiera puede tener un hijo. El hombre solo, la mujer sola, el homosexual, tal vez a través de la maternidad subrogada. Por tanto, coherentemente se ha pasado de la idea del hijo esperado como un don, al hijo programado como un derecho: se dice que existe el derecho a tener un hijo.
»Pensemos en la reciente sentencia del tribunal de Milán que ha afirmado el derecho a ser padres, como decir, el derecho a tener una persona. Esto es increíble. Yo tengo el derecho a tener cosas, no personas. Progresivamente, se ha ido construyendo un código simbólico, tanto ético como jurídico, que relega a la familia y al matrimonio a la pura afectividad privada, indiferente a los efectos sobre la vida social.
»No hay duda de que cuando la Humanae Vitae fue publicada, la antropología que la sostenía era muy frágil y no estaba ausente un determinado biologismo en la argumentación. El magisterio de Juan Pablo II ha tenido el gran mérito de construir una antropología adecuada en base a la Humanae Vitae. La pregunta que hay que plantearse no es si la Humanae Vitae se puede aplicar hoy y en qué medida, o si en cambio es fuente de confusión. A mi juicio, la verdadera pregunta que hay que plantear es otra.
- ¿Cuál? ¿Dice la Humanae Vitae la verdad sobre el bien implícito en la relación conyugal? ¿Dice la verdad sobre el bien presente en la unión de las personas de los dos cónyuges en el acto sexual?
- Efectivamente, la esencia de las proposiciones normativas de la moral y del derecho se encuentra en la verdad del bien que en esas está objetivada. Si no nos situamos en esta perspectiva, se cae en la casuística de los fariseos, de la cual ya no se sale, porque se entra en un callejón al final del cual se nos obliga a elegir entre la moral normal y la persona. Si se salva la una, no se salva la otra.
»La pregunta del pastor es, por tanto, la siguiente: ¿cómo puedo guiar a los cónyuges para que vivan su amor conyugal en la verdad? El problema no es verificar si los cónyuges se encuentran en una situación que los exime de una norma, sino cuál es el bien de la relación conyugal, cómo es su verdad íntima.
»Me asombra que alguien diga que la Humanae Vitae crea confusión. ¿Qué quiere decir? Pero, ¿conocen el fundamento que, de la Humanae Vitae, hizo Juan Pablo II? Quiero añadir una consideración. Me maravilla profundamente el hecho de que, en este debate, tampoco eminentísimos cardenales tengan en cuenta las ciento treinta y cuatro catequesis sobre el amor humano. Jamás ningún Papa había hablado tanto de esto. Ese Magisterio es ignorado, como si no existiera.
»¿Crea confusión? Pero, quien afirma esto, ¿sabe cuánto se ha hecho a nivel científico basándose en una regulación natural de las concepciones? ¿Está al corriente de las innumerables parejas que, en el mundo, viven con alegría la verdad de la Humanae Vitae?
»También el cardenal Kasper subraya que hay grandes expectativas en la Iglesia en vista del Sínodo y que se corre el riesgo de una pésima desilusión si fueran desatendidas. En su opinión, ¿un riesgo concreto? No soy ni un profeta ni un hijo de profetas.
»Sucedió un hecho maravilloso. Cuando el pastor no predica sus opiniones o las del mundo, sino el Evangelio del matrimonio, sus palabras llegan a los oídos de sus oyentes, pero en sus corazones entra en acción el Espíritu Santo que los abre a las palabras del pastor. Me pregunto, además, sobre las expectativas de quién estamos hablando.
»Una gran cadena televisiva estadounidense ha llevado a cabo una encuesta en comunidades católicas diseminadas en todo el mundo. El resultado es una realidad muy distinta de las respuestas al cuestionario registradas en Alemania, Suiza y Austria. Un único ejemplo. El 75 por ciento de la mayor parte de los países africanos es contrario a la admisión de los divorciados vueltos a casar a la Eucaristía.
»Repito nuevamente: ¿de las expectativas de quién estamos hablando? ¿De las de Occidente? ¿Es, por tanto, Occidente el paradigma fundamental en base al cual la Iglesia debe anunciar? ¿Estamos aún en ese punto? Escuchemos un poco también a los pobres.
»Estoy muy perplejo y pensativo cuando se dice que o se va en una determinada dirección, o si no sería mejor no hacer el Sínodo. ¿Qué dirección? ¿La dirección que, se dice, han indicado las comunidades centroeuropeas? ¿Y por qué no la dirección indicada por las comunidades africanas?
- El cardenal Müller ha dicho que es deplorable que los católicos no conozcan la doctrina de la Iglesia y que esta ausencia no puede justificar la exigencia de adecuar la enseñanza católica al espíritu del tiempo. ¿Falta una pastoral familiar?
- Ha faltado. Es una gravísima responsabilidad por nuestra parte, pastores, reducir todo a los cursos prematrimoniales.
»¿Y la educación a la afectividad de los adolescentes, de los jóvenes? ¿Qué pastor de almas habla todavía de castidad? Por lo que yo sé, hay un silencio casi total, desde hace años.
»Miremos al acompañamiento de las parejas jóvenes: preguntémonos si hemos anunciado verdaderamente el Evangelio del matrimonio, si lo hemos anunciado como quería Jesús. Entonces, ¿por qué nos preguntamos por qué los jóvenes ya no se casan? No es siempre por razones económicas, como suele decirse. Hablo de la situación en Occidente.
»Si se hace una comparación entre los jóvenes que se casaban hace treinta años y hoy, las dificultades que tenían hace treinta o cuarenta años no eran menores respecto a las que tienen actualmente. Pero entonces construían un proyecto, tenían una esperanza. Hoy tienen miedo y el futuro da miedo; pero si hay una elección que exige esperanza en el futuro, es la elección de casarse.
»Hoy son estas las preguntas fundamentales. Tengo la impresión que si Jesús se presentara de repente en un congreso de sacerdotes, obispos y cardenales que están discutiendo de todos los problemas graves del matrimonio y de la familia, y le preguntaran como hicieron los fariseos “Maestro, pero el matrimonio ¿es disoluble o indisoluble? O, ¿hay casos, después de una penitencia adecuada…?”, Jesús ¿qué respondería? Creo que la misma respuesta que dio a los fariseos: “Mirad al Principio”.
»El hecho es que ahora se quieren sanar los síntomas sin enfrentarse seriamente a la enfermedad. El Sínodo, por tanto, no podrá evitar tomar posiciones frente a este dilema: el modo como se ha ido desarrollando la morfogénesis del matrimonio y de la familia, ¿es positivo para las personas, para sus relaciones y para la sociedad o, en cambio, constituye un decaimiento de las personas, de sus relaciones, que puede tener efectos devastadores sobre toda la civilización? Esta pregunta el Sínodo no puede evitarla.
»La Iglesia no puede considerar que estos hechos (jóvenes que no se casan, libre convivencia en aumento exponencial, introducción del llamado matrimonio homosexual en el ordenamiento jurídico y otras cosas más) son derivas históricas, procesos históricos que sólo tiene que reconocer y a los que, fundamentalmente, adecuarse. No.
»Juan Pablo II, en El Taller del Orfebre, escribía que “crear algo que refleje el ser y el amor absoluto es, tal vez, la cosa más extraordinaria que exista. Pero se va tirando sin que nos demos cuenta”. Así pues, ¿también la Iglesia debe dejar de hacernos sentir el soplo de la eternidad en el amor humano? ¡Deus avertat! (¡Dios nos libre!, N.d.T.)
- Se habla de la posibilidad de readmitir a la Eucaristía a los divorciados vueltos a casar. Una de las soluciones propuestas por el cardenal Kasper tiene que ver con un periodo de penitencia que lleve nuevamente al pleno acceso. ¿Es una necesidad ya ineludible o una adaptación de la enseñanza cristiana según las circunstancias?
- Quien formula esta hipótesis, al menos hasta ahora no ha respondido a una pregunta muy simple: ¿qué pasa con el primer matrimonio rato y consumado?
»Si la Iglesia admite a la Eucaristía, debe dar de todos modos un juicio de legitimidad a la segunda unión. Es lógico. Pero entonces – como preguntaba - ¿qué pasa con el primer matrimonio? El segundo, se dice, no puede ser un segundo matrimonio verdadero, visto que la bigamia va contra la palabra del Señor. ¿Y el primero? ¿Está disuelto?
»Pero los Papas han enseñado siempre que la potestad del Papa no llega hasta aquí: sobre el matrimonio rato y consumado, el Papa no tiene ningún poder. La solución que se plantea lleva a pensar que permanece el primer matrimonio, pero que hay también una segunda forma de convivencia que la Iglesia legitima. Hay, por tanto, un ejercicio de la sexualidad extraconyugal que la Iglesia considera legítima. Pero con esto se niega el pilar de la doctrina de la Iglesia sobre la sexualidad. A este punto, uno podría preguntarse: entonces, ¿por qué no se aprueban la libre convivencia? ¿Y por qué no las relaciones entre homosexuales?
»Así pues, la pregunta de fondo es simple: ¿qué pasa con el primer matrimonio?Pero nadie responde. Juan Pablo II decía en el año 2000, en un discurso a la Rota que “se deduce claramente que el Magisterio de la Iglesia enseña la no extensión de la potestad del Romano Pontífice a los matrimonios sacramentales ratos y consumados como doctrina que se ha de considerar definitiva, aunque no haya sido declarada de forma solemne mediante un acto de definición”. La fórmula es técnica, “doctrina que se ha de considerar definitiva” quiere decir que sobre esto ya no se admite la discusión entre los teólogos y la duda entre los fieles.
- Por lo tanto, ¿no es cuestión sólo de praxis, sino también de doctrina?
- Sí, aquí se toca la doctrina. Inevitablemente. Se puede decir también que no se hace, pero se hace. No solo. Se introduce una costumbre que, a la larga, determina esta idea en el pueblo, no solo cristiano: no existe ningún matrimonio absolutamente indisoluble. Y esto es, ciertamente, contra la voluntad del Señor. Sobre esto no hay ninguna duda.
- Pero, ¿no se corre el riesgo de mirar al sacramento sólo como una especie de barrera disciplinaria y no como un medio de sanación?
- Es verdad que la gracia del sacramento es también sanadora, pero hay que ver en qué sentido. La gracia del matrimonio sana porque libera al hombre y a la mujer de su incapacidad de amarse para siempre con toda la plenitud de su ser. Esta es la medicina del matrimonio: la capacidad de amarse para siempre. Sanar significa esto y no hacer que se sienta algo mejor una persona que, en realidad, seguirá estando enferma, es decir, constitutivamente incapaz de ser definitiva.
»La indisolubilidad matrimonial es un don que Cristo hace al hombre y a la mujer que se desposan en Él. Es un don; no es, ante todo, una norma que es impuesta. No es un ideal al que deben tender. Es un don y Dios no se arrepiente nunca de sus dones.
»No es casualidad que Jesús, respondiendo a los fariseos, funde su respuesta revolucionaria en un acto divino. ‘Lo que Dios ha unido’, dice Jesús. Es Dios quien une; en caso contrario, el carácter definitivo seguiría siendo un deseo que, sí es natural, pero que es imposible de realizar. Dios mismo da cumplimiento.
»El hombre puede tomar la decisión de no usar esta capacidad de amar definitiva y totalmente. La teología católica ha conceptualizado esta visión de fe a través del concepto de vínculo conyugal. El matrimonio, el signo sacramental del matrimonio, produce inmediatamente entre los esposos un vínculo que ya no depende de su voluntad, porque es un don que Dios les ha hecho. Estas cosas no se dicen a los jóvenes que se casan actualmente. Y después nos asombramos de que ocurran ciertas cosas.
- Se ha articulado un debate muy apasionado alrededor del sentido de la misericordia. ¿Qué valor tiene esta palabra?
- Tomemos el relato de Jesús y de la adúltera. Para la mujer descubierta en flagrante adulterio la ley de Moisés era clara: tenía que ser lapidada. Los fariseos, de hecho, le preguntan a Jesús qué piensa de esto, con el fin de atraerlo a su punto de vista.
»Si hubiera dicho “Lapidarla”, inmediatamente habrían dicho “Mirad, el que predica la misericordia, que come con los pecadores, cuando llega el momento dice también él que hay que lapidarla”. Si hubiera dicho “No tenéis que lapidarla”, habrían dicho “Mirad a donde lleva la misericordia, a destruir la ley y todo vínculo jurídico y moral”. Este es el típico punto de vista de la moral casuística, que te lleva inevitablemente a un callejón al final del cual está el dilema entre la persona y la ley.
»Los fariseos intentaban llevar a Jesús a este callejón, pero él sale totalmente de este punto de vista y dice que el adulterio es un gran mal que destruye la verdad de la persona humana que traiciona. Y, precisamente porque es un gran mal, Jesús, para quitarlo, no destruye a la persona que lo ha cometido, sino que la sana de este mal y le recomienda no incurrir en este gran mal que es el adulterio. «Tampoco yo te condeno, ve y no peques más». Esta es la misericordia de la que sólo el Señor es capaz. Esta es la misericordia que la Iglesia, de generación en generación, anuncia.
»La Iglesia tiene que decir qué cosa está mal. Ha recibido de Jesús el poder de sanar, pero con la misma condición. Es muy cierto que el perdón siempre es posible: lo es para el asesino, lo es también para el adúltero.
»Esta ya era una dificultad que los fieles le planteaban a Agustín: se perdona el homicidio, pero a pesar de ello la víctima no resurge. ¿Por qué no perdonar el divorcio, este estado de vida, el nuevo matrimonio, aunque un renacimiento del primero ya no es posible? La cosa es completamente distinta. En el homicidio se perdona a una persona que ha odiado a otra y se pide el arrepentimiento sobre esto. La Iglesia, en el fondo, sufre no porque ha concluido una vida física, sino porque en el corazón del hombre ha habido un odio tal que le ha llevado incluso a suprimir la vida física de una persona. Este es el mal, dice la Iglesia. Te tienes que arrepentir de esto y te perdonaré.
»En el caso del divorciado vuelto a casar, la Iglesia dice: “Este es el mal: el rechazo del don de Dios, la voluntad de romper el vínculo puesto en acto por el Señor mismo”. La Iglesia perdona, pero con la condición de que haya arrepentimiento. Pero el arrepentimiento en este caso significa volver al primer matrimonio.
»No es serio decir: estoy arrepentido, pero me quedo en el mismo estado que constituye la ruptura del vínculo, de la cual me arrepiento. A menudo – se dice – no es posible. Es cierto que hay muchas circunstancias, pero en estas condiciones esa persona está en un estado de vida objetivamente contrario al don de Dios.
»La Familiaris Consortio lo dice explícitamente. La razón por la que la Iglesia no admite los divorciados vueltos a casar a la Eucaristía no es porque la Iglesia presuma que todos los que viven en estas condiciones estén en pecado mortal. La condición subjetiva de estas personas la conoce el Señor, que ve la profundidad del corazón. Lo dice también San Pablo: “No juzguéis antes del tiempo”. Sino porque – y está escrito en la Familiaris Consortio - “su estado y situación de vida contradicen objetivamente la unión de amor entre Cristo y la Iglesia, significada y actualizada en la Eucaristía” (FC 84).
»La misericordia de la Iglesia es la de Jesús, la que dice que la dignidad del esposo ha sido desfigurada, el rechazo del don de Dios. La misericordia no dice: “Paciencia, intentemos arreglarlo como podamos”. Esta es la tolerancia, esencialmente distinta de la misericordia. La tolerancia deja las cosas como están por razones superiores. La misericordia es la potencia de Dios que quita del estado de injusticia.
- Por lo tanto, no se trata de adaptarse.
- No es una adaptación, sería indigno del Señor algo así. Para adaptarse, bastan los hombres. Aquí se trata de regenerar a la persona humana, y de esto sólo es capaz Dios y, en su nombre, la Iglesia. Santo Tomás dice que la justificación de un pecador es una obra más grande que la creación del universo.
»Cuando un pecador es justificado, sucede algo que es más grande que todo el universo. Un acto que, tal vez, acaece en un confesionario, a través de un sacerdote humilde, pobre. Pero allí se cumple un hecho más grande que la creación del mundo. No debemos reducir la misericordia a las adaptaciones, o confundirla con la tolerancia. Esto es injusto hacia la obra del Señor.
- Uno de los temas más citados por quien espera una apertura de la Iglesia a las personas que viven en situaciones consideradas irregulares es que la fe es una, pero que los modos de aplicarla a las circunstancias particulares deben conformarse a los tiempos, como siempre ha hecho la Iglesia. ¿Qué piensa usted de esto?
- ¿Puede limitarse la Iglesia a ir hacia donde la llevan los procesos históricos, como si fueran derivas naturales? ¿En esto consiste anunciar el Evangelio? Yo no lo creo, porque, si fuera así, me pregunto cómo se puede salvar al hombre.
»Le cuento un episodio. Una esposa aún joven, abandonada por el marido, me dijo que vive en la castidad, pero que le cuesta un esfuerzo enorme. Porque, dice, “no soy una religiosa, soy una mujer normal”. Pero me dijo también que no podría vivir sin la Eucaristía. Por lo que, también el peso de la castidad se aligera, porque piensa en la Eucaristía.
»Otro caso. Una señora con cuatro hijos ha sido abandonada por el marido después de veinte años de matrimonio. La señora me dijo que en ese momento entendió que tenía que amar al marido en la cruz, “como ha hecho Jesús conmigo”. ¿Por qué no se habla de estas maravillas de la gracia de Dios?
»¿Se han adaptado a los tiempos estas dos señoras? Claro que no se han adaptado a los tiempos. Le aseguro que me siento mal cuando tomo nota, en estas semanas de discusión, del silencio que ha calado sobre la grandeza de esposas y esposos que, abandonados, han permanecido fieles.
»Tiene razón el profesor Grygiel cuando escribe que a Jesús no le interesa mucho qué piensa la gente sobre él. Le interesa qué piensan sus apóstoles. Cuántos párrocos y obispos podrían testimoniar episodios de fidelidad heroica.
»A los dos años de estar aquí, en Bolonia, quise reunirme con los divorciados vueltos a casar. Eran más de trescientas parejas. Estuvimos juntos toda una tarde de domingo. Al final, más de uno me dijo que había entendido que la Iglesia es verdaderamente madre cuando impide recibir la Eucaristía. No pudiendo recibir la Eucaristía, entienden la grandeza del matrimonio cristiano y la belleza del Evangelio del matrimonio.
- Cada vez más a menudo se habla sobre el tema de la relación entre el confesor y el penitente, también como posible solución para salir al encuentro del sufrimiento de quien ha visto fracasar el propio proyecto de vida. ¿Qué piensa usted sobre esto?
- La tradición de la Iglesia siempre ha distinguido – distinguido, no separado – su tarea magisterial del ministerio del confesor. Usando una imagen, podríamos decir que siempre ha distinguido el púlpito del confesionario. Una distinción que no significa una doblez, sino que la Iglesia, cuando habla del matrimonio desde el púlpito, testimonia una verdad que no es ante todo una norma, un ideal hacia el que propender.
»En este momento entra con ternura el confesor, que le dice al penitente: “Cuanto has oído desde el púlpito es tu verdad, la cual tiene que ver con tu libertad, herida y frágil”. El confesor conduce al penitente en camino hacia la plenitud de su bien. No es que la relación entre el púlpito y el confesionario sea la relación entre lo universal y lo particular. Esto lo piensan los casuistas, sobre todo en el siglo XVII. Ante el drama del hombre, la tarea del confesor no es recurrir a la lógica que pasa de lo universal a lo individual. El drama del hombre no habita en el pasaje de lo universal a lo individual. Habita en la relación entre la verdad de su persona y su libertad. Este es el corazón del drama humano, porque yo con mi libertad puedo negar lo que acabo de afirmar con mi razón. Veo el bien y lo apruebo y, después, hago el mal. El drama es éste.
»El confesor se sitúa dentro de este drama, no en el mecanismo universal-particular. Si lo hiciera, caería inevitablemente en la hipocresía que lo llevaría a decir “está bien, esta es la ley universal, pero como tú te encuentras en estas circunstancias, no estás obligado”. Inevitablemente, se elaboraría un caso particular al que se recurriría, por lo que la ley sería refutable. Así pues, hipócritamente el confesor ya habría promulgado otra ley junto a la que ha predicado desde el púlpito. ¡Esto es hipocresía!
»¡Ay si el confesor no recordara a la persona que tiene delante que estamos en camino! Se correría el riesgo, en nombre del Evangelio de la misericordia, de vaciar al Evangelio de la misericordia. Sobre este punto Pascal, en sus Cartas Provinciales, en otros aspectos profundamente injustas, vio justo. Al final, el hombre podría convencerse de que no está enfermo y que, por lo tanto, no está necesitado de Jesucristo. Uno de mis maestros, el siervo de Dios Padre Cappello, gran profesor de derecho canónico, decía que cuando se entra en el confesionario no hay que seguir la doctrina de los teólogos, sino el ejemplo de los santos.
(Traducción de Helena Faccia Serrano, Alcalá de Henares)
© Il Foglio Quotidiano
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