De Rorate Caeli
Vicente Carducho
Martirio por hambre de los monjes cartujos
en la prisión de Newgate
Vivimos tiempos drámaticos con respecto a la integridad del Dogma católico, los más dramáticos desde que en 1963-1966 la Pontificia Comisión de Estudios sobre el Control de la Natalidad dejó filtrar su visión favorable, dejando a Paulo VI contra las cuerdas, causa por la que su papado a duras penas hubo de sobrevivir luego de la la publicación del documento pontificio más desobedecido de toda la historia, Humanae Vitae.
Muchas han sido las veces desde el Concilio en que los enemigos de la verdad y del dogma han tratado de forzar el asunto de la Comunión a los divorciados vueltos a "casar". Un golpe durísimo dado en nombre de una falsa noción de la "misericordia" y con el objetivo de destruír la teología de dos de los Sacramentos más fundamentales, el Matrimonio y la Penitencia, y degradar al más alto de todos, la Sagrada Eucaristía.
No les importa en lo más mínimo que todo esto ya se haya definido clarísimamente a lo largo de la historia de la Iglesia. No les importa que el mismísimo Papa al que ahora llaman "Santo, Santo" haya explicado sin fisuras en Familiaris Consortio, luego de un Sínodo, por qué no podía ser:
e) Divorciados casados de nuevo
84. (...) La Iglesia, no obstante, fundándose en la Sagrada Escritura reafirma su práxis de no admitir a la comunión eucarística a los divorciados que se casan otra vez. Son ellos los que no pueden ser admitidos, dado que su estado y situación de vida contradicen objetivamente la unión de amor entre Cristo y la Iglesia, significada y actualizada en la Eucaristía. Hay además otro motivo pastoral: si se admitieran estas personas a la Eucaristía, los fieles serían inducidos a error y confusión acerca de la doctrina de la Iglesia sobre la indisolubilidad del matrimonio.
La reconciliación en el sacramento de la penitencia —que les abriría el camino al sacramento eucarístico— puede darse únicamente a los que, arrepentidos de haber violado el signo de la Alianza y de la fidelidad a Cristo, están sinceramente dispuestos a una forma de vida que no contradiga la indisolubilidad del matrimonio. Esto lleva consigo concretamente que cuando el hombre y la mujer, por motivos serios, —como, por ejemplo, la educación de los hijos— no pueden cumplir la obligación de la separación, «asumen el compromiso de vivir en plena continencia, o sea de abstenerse de los actos propios de los esposos»
Del mismo modo el respeto debido al sacramento del matrimonio, a los mismos esposos y sus familiares, así como a la comunidad de los fieles, prohíbe a todo pastor —por cualquier motivo o pretexto incluso pastoral— efectuar ceremonias de cualquier tipo para los divorciados que vuelven a casarse. En efecto, tales ceremonias podrían dar la impresión de que se celebran nuevas nupcias sacramentalmente válidas y como consecuencia inducirían a error sobre la indisolubilidad del matrimonio válidamente contraído.
Actuando de este modo, la Iglesia profesa la propia fidelidad a Cristo y a su verdad; al mismo tiempo se comporta con espíritu materno hacia estos hijos suyos, especialmente hacia aquellos que inculpablemente han sido abandonados por su cónyuge legítimo.
La Iglesia está firmemente convencida de que también quienes se han alejado del mandato del Señor y viven en tal situación pueden obtener de Dios la gracia de la conversión y de la salvación si perseveran en la oración, en la penitencia y en la caridad.
Tampoco les importa que ese mismo Papa al redactar el Catecismo de la Iglesia Católica (1650) haya sostenido lo mismo que la Iglesia sostuvo durante 2000 años:
1650 Hoy son numerosos en muchos países los católicos que recurren al divorcio según las leyes civiles y que contraen también civilmente una nueva unión. La Iglesia mantiene, por fidelidad a la palabra de Jesucristo ("Quien repudie a su mujer y se case con otra, comete adulterio contra aquélla; y si ella repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio": Mc 10,11-12), que no puede reconocer como válida esta nueva unión, si era válido el primer matrimonio. Si los divorciados se vuelven a casar civilmente, se ponen en una situación que contradice objetivamente a la ley de Dios. Por lo cual no pueden acceder a la comunión eucarística mientras persista esta situación, y por la misma razón no pueden ejercer ciertas responsabilidades eclesiales. La reconciliación mediante el sacramento de la penitencia no puede ser concedida más que aquellos que se arrepientan de haber violado el signo de la Alianza y de la fidelidad a Cristo y que se comprometan a vivir en total continencia.
No les importa que si después de haber forzado la cuestión una vez más en el Sínodo sobre la Eucaristía de 2005, Benedicto XVI les diera un golpe final al recordarles y confirmar que
"la praxis de la Iglesia, fundada en la Sagrada Escritura (cf. Mc 10,2-12), de no admitir a los sacramentos a los divorciados casados de nuevo, porque su estado y su condición de vida contradicen objetivamente esa unión de amor entre Cristo y la Iglesia que se significa y se actualiza en la Eucaristía" (Sacramentum Caritatis, 29)
El cardenal Kasper ha sido convocado por el actual Papa como único orador en las reuniones pre-consistoriales donde con el fin de introducir esta práctica revolucionaria y destructiva del dogma, utilizó una vez más el argumento de la "misericordia", y una supuesta "práctica antigua", (que la Iglesia de Roma jamás aceptó), incluyendo una "bendición" al segundo matrimonio que no tendría carácter sacramental, sino un sentido "penitencial", aunque con todos los beneficios de un matrimonio legítimo.
El Vaticano no publicó este documento anti-magisterial que fué leído por Kasper al Papa y al resto de los cardenales. Así que finalmente fue el diario italiano Il Foglio el que resolvió el misterio, publicando el documento en su totalidad (aquí, en italiano.)
En la última página, el Prof. Roberto de Mattei (***) nos ofrece un largo análisis de la grave situación y nos recuerda que, según dijo P. Lombardi, vocero oficial del Papa, este se encuentra en "gran sintonía" con Kasper*:
La posición de la Iglesia es inequívoca: se niega la Comunión a los divorciados vueltos a casar porque el matrimonio es indisoluble y ninguna de las razones presentadas por el cardenal Kasper permite la celebración de un nuevo matrimonio o la bendición de una pseudo unión matrimonial. La Iglesia no se lo permitió a Enrique VIII, y perdió el Reino de Inglaterra por esta razón, y jamás lo permitirá, porque tal como Pío XII se lo recordó a los Párrocos de Roma el 16 de Marzo de 1946(**): "El matrimonio entre bautizados, contraído validamente y consumado no puede ser disuelto por ningún poder sobre la tierra, ni siquiera por la máxima autoridad de la Iglesia". Es decir, ni siquiera por el Papa, y mucho menos por el cardenal Kasper.
Que los santos John Fisher y Thomas More, y los santos mártires Cartujos, que no dieron su vida en vano por la indisolubilidad del Matrimonio y todas sus consecuencias sacramentales, y por la suprema autoridad del Romano Pontífice, rueguen por la Iglesia de Cristo en estos días extremadamente dramáticos para que su Roca permanezca firme e inamovible.
(*) Los comentarios del Papa sobre el documento:“Ayer por la noche volví a leer -¡pero no para dormirme!- el trabajo del cardenal Kasper, y querría darle las gracias porque encontré teología profunda y pensamiento sereno. Es agradable leer teología serena”
“Me ha hecho bien, y me ha traído a la cabeza una idea… Perdóneme si le sonrojo, pero la idea es esta: esto se llama hacer teología de rodillas. Gracias, gracias”. (n del t)
(**) No hemos podido encontrar esa alocución, pero sí éste discurso a la Rota Romana , del 3 de Octubre de 1941. (n del t)
Trad. (apurada) de J.
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