jueves, 22 de octubre de 2015

¿Y el Sínodo?

Mientras la Iglesia de Cristo se juega a cara o cruz su destino en la tierra las noticias hablan de la "operación" del rumor cerebral (Fr Blake ®) 
Al margen del asunto, me pregunto dónde andará mi Obispo ahora mismo. El que no apareció por la Catedral el Domingo pasado. La Catedral que Cristo le confió a él, para que se ocupe de nosotros.



Reponemos tres opiniones sobre el asunto:

"Los que sueñan o esperan, como nosotros, el gran esplendor de la gloria de Dios, son imbéciles o dementes, y los católicos "sensatos" que conocemos son los únicos que tienen la verdad. Las magnificencias y los triunfos anunciados por los Libros Santos, las enseñanzas del Salvador, las tinieblas simbólicas de su vida oculta, las fatigas sobrenaturales de su vida pública, sus milagros y su Transfiguración, la traición y la negación, la agonía del Huerto, los puñetazos, las bofetadas, los salivazos, los cinco mil azotes, la corona de espinas, las maldiciones de la multitud, la subida al calvario con la cruz y la crucifixión, acompañada de los inexpresables horrores que el Espíritu Santo no ha osado referir pero que las Revelaciones nos dejan entrever; en fin, Su muerte y Su resurrección... todas estas cosas ocurrieron para que hoy después de dos mil años, tengamos a León XIII y a Monsieur Charles (o, motus in fine velocior, a Bergoglio y esta chica Eugenia Tobal). Si Josué detuvo el sol, si la Madre de los Dolores lloró en Jerusalén, todo eso fue para que prosperase la santería de Palmé. Para eso mismo suspiraron los Patriarcas durante cinco mil años y para eso vertieron su sangre dieciocho millones de mártires. [...]" 
Leon Bloy - Carta a Ernest Hello




"Cómo se hayan de cumplir, en esta edad cabalística, las promesas de asistencia del Divino Espíritu a la Iglesia y cómo se haya de verificar el portae inferi non prevalebunt, las puertas del infierno no han de prevalecer, no cabe en la mente humana. Pero así como la Iglesia comenzó siendo una semilla pequeñísima (Mt., 13, 32.), y se hizo árbol y árbol frondoso, así puede reducirse en su frondosidad y tener una realidad mucha más modesta. Sabemos que el mysterium iniquitatis ya está obrando (2 Tes., 2, 7); pero no sabemos los límites de su poder. Sin embargo, no hay dificultad en admitir que la Iglesia de la publicidad pueda ser ganada por el enemigo y convertirse de Iglesia Católica en Iglesia gnóstica. Puede haber dos Iglesias, la una la de la publicidad, Iglesia magnificada en la propaganda, con obispos, sacerdotes y teólogos publicitados, y aún con un Pontífice de actitudes ambiguas; y otra, Iglesia del silencio, con un Papa fiel a Jesucristo en su enseñanza y con algunos sacerdotes, obispos y fieles que le sean adictos, esparcidos como “pusillus grex” por toda la tierra. Esta segunda sería la Iglesia de las promesas, y no aquella primera, que pudiera defeccionar.
Un mismo Papa presidiría ambas Iglesias, que aparente y exteriormente no sería sino una. El Papa, con sus actitudes ambiguas, daría pie para mantener el equívoco. Porque, por una parte, profesando una doctrina intachable sería cabeza de la Iglesia de las Promesas. Por otra parte., produciendo hechos equívocos y aún reprobables, aparecería como alentando la subversión y manteniendo la Iglesia gnóstica de la Publicidad. La eclesiología no ha estudiado suficientemente la posibilidad de una hipótesis como la que aquí proponernos. Pero si se piensa bien, la Promesa de Asistencia de la Iglesia se reduce a una Asistencia que impida al error introducirse en la Cátedra Romana y en la misma Iglesia, y además que la Iglesia no desaparezca ni sea destruida por sus enemigos (Las promesas están contenidas de modo particular en: Mt., 16, 13-20; 28, 1820; Juan, 14, 16-26.) Ninguno de los aspectos de esta hipótesis que aquí se propone queda invalidado por las promesas consignadas en los distintos lugares del Evangelio. Al contrario, ambas hipótesis cobran verosimilitud si se tienen en cuenta los pasajes escriturarios que se refieren a la defección de la fe. Esta defección, que será total, tendrá que coincidir con la perseverancia de la Iglesia hasta el fin. Dice el Señor en el Evangelio: “Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará fe en la tierra?” (Lc., 18, 8). San Pablo (II Carta a los cristianos de Tesalónica, 2, 3.) llama apostasía universal a esta defección de la fe, que ha de coincidir con la manifestación del “hombre de la iniquidad, del hijo de la perdición”.
Y esta apostasía universal es la secularización o ateización total de la vida pública y privada en la que está en camino el mundo actual.La única alternativa al Anticristo será Cristo, quien lo disolverá con el aliento de su boca. Cristo cumplirá entonces el acto final de liberar a la Historia. El hombre no quedará alienado bajo el inicuo. Pero no está anunciado que Cristo salvará a muchedumbre. Salvará sí a su Iglesia, “pusillus grex” (Lc.,2,32), rebañito pequeño, a quien el Padre se ha complacido en darle el Reino”." (P. Julio Meinvielle, De la cábala al progresismo, 1970)


“El mundo moderno, que niega el delito personal y sólo admite crímenes sociales, que no encuentra sitio para el arrepentimiento personal, sino sólo para las reformas públicas, ha  divorciado a Cristo de su Cruz. Lo que Dios había unido, los hombres lo han desunido…La Civilización Occidental post-cristiana ha elegido a Cristo sin la Cruz. Pero un Cristo sin sacrificio que reconcilie al mundo con Dios es un predicador ambulante barato, afeminado, incoloro…Sin su Cruz, Cristo queda reducido a un insoportable precursor de la democracia o a un humanitario que enseñó la fraternidad sin lágrimas.
Quien busca a Cristo sin Cruz acaba encontrando una cruz sin Cristo.
Hoy día necesitamos un Cristo que haga látigos para arrojar a los vendedores y compradores de nuestros nuevos templos; que maldiga las higueras estériles, que hable de cruces y sacrificios, y cuya Cruz sea como un mar embravecido. Pero no nos permitirá espigar y escoger entre sus palabras, apartando las que sean duras y aceptando las que halaguen nuestro gusto y capricho. Necesitamos un Cristo que restaure la indignación moral, que nos haga odiar el mal con intensidad apasionada, y amar el bien hasta el punto que podamos beber la muerte como bebemos agua”
                                                                     Ven. Fulton Sheen - Vida de Cristo


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