¿Quiénes
rompen la comunión eclesial?
Mario Caponnetto
Hace unos meses, el obispo de la Diócesis de Ciudad del
Este, de Paraguay, Monseñor Rogelio Livieres, fue destituido de su cargo
acusado de romper la unidad eclesial y pastoral con el resto del Episcopado de
ese país. Por su parte, dos obispos, uno en Italia, otro en Argentina,
prácticamente al mismo tiempo, dejaron taxativamente en claro ante sus
feligreses que la asistencia a misas celebradas por sacerdotes de la
Fraternidad de San Pío X (y lo mismo respecto de los demás sacramentos)
constituye una falta gravísima al punto de que quien la cometiere incurriría,
de hecho, en excomunión.
Ambos
episodios no dejan de ser llamativos (por decir lo menos) y crean no poca
perplejidad entre los fieles. En el caso de Monseñor Livieres, en efecto, nadie
ha precisado sobre qué fundamentos concretos se ha acreditado el mentado
quiebre de la comunión eclesial y pastoral pues, hasta donde sabemos, no han
sido dados a conocer motivos específicos de carácter doctrinario, pastoral o
disciplinar que sustenten semejante acusación. En lo que respecta a la Fraternidad
Sacerdotal de San Pío X, si bien es cierto que esta asociación carece de un status canónico en la Iglesia y mantiene
una situación de separación de la Santa Sede, no es menos cierto que sus
obispos, sus sacerdotes y sus fieles no están excomulgados (sin contar que
desde hace varios años existe una instancia abierta de diálogo entre la
Fraternidad y la Santa Sede). Surge, entonces, la duda: si los miembros de la
Fraternidad no están excomulgados ¿por qué incurrirían en excomunión quienes
asistieran a sus celebraciones litúrgicas? Además, ¿favorece, acaso, el clima
de diálogo abierto con la Fraternidad la adopción de medidas disciplinares tan
severas? ¿No hubiera sido, preguntamos, más acorde con una visión pastoral
recordar a los fieles la situación y condición en que se encuentra la
Fraternidad antes de tomar sanciones canónicas de tan alto calibre?
No
estamos discutiendo ninguna de las medias mencionadas. Sólo planteamos dudas e
interrogantes; dudas e interrogantes que se acrecientan si miramos el contexto
general en que se desenvuelve hoy la vida de la Iglesia. Cada día nos llegan
noticias, de casi todos los lugares del mundo, de hechos graves que afectan la
doctrina, la liturgia y la pastoral: actitudes, gestos, declaraciones de
sacerdotes y de obispos (incluso prelados que ocupan puestos notorios y
expectables en el gobierno de la Iglesia) que representan una flagrante ruptura
con la Fe, la Tradición y el Magisterio sin que nada ni nadie les oponga la
mínima corrección o sanción canónica. Resulta, por tanto, inevitable la
sospecha (por momentos una certeza) de que el peso de la autoridad sólo se hace
sentir respecto de bien determinados sectores eclesiales en tanto que respecto
de otros la actitud invariable es el silencio, la permisividad cuando no el
aliento.
A propósito de
lo que decimos valga como botón de muestra un escrito firmado por el Padre
Eduardo Casas, sacerdote de la Arquidiócesis de Córdoba en la que se desempeña como
asesor de la Comisión Arquidiocesana de Educación. El texto lleva por título La fe cristiana en un mundo de pluralidad
religiosa y aparece publicado con fecha 31 de octubre pasado en el portal
de la Junta Arquidiocesana de Educación Católica (Jaec), del Arzobispado de
Córdoba (http://jaec.org.ar/index.php/info-escuelas/pastoral/espiritualidad/3405-la-fe-cristiana-en-un-mundo-de-pluralidad-religiosa).
Sostiene allí el
Padre Casas (que entre otras cosas figura como profesor de Teología Dogmática
en el Seminario Mayor de Córdoba) que el cristianismo, a lo largo de la
historia, en su diálogo con las otras religiones, “ha pasado por diversos paradigmas
eclesiales”. El primero de estos “paradigmas” es “el paradigma de la
exclusividad (el cual generó, de hecho, exclusión y hasta violencia en variadas
formas ya que sólo la salvación venía por la pertenencia visible e
institucional a la Iglesia y fuera de ella no se encontraba redención)”. Luego,
tras el Concilio Vaticano II, aparece un segundo “paradigma”, “el paradigma de
la inclusividad” (sic) que “favoreció el diálogo ecuménico e interreligioso”.
Pero en la actualidad aparece y se propicia “el paradigma de la pluralidad
religiosa” que “es un parámetro (sic) construido desde la complementariedad e
interreligiosidad a partir de una actitud de mutuo encuentro, reconocimiento,
diálogo y alianza entre religiones donde la verdad es menos dogmática y más
vital”.
Apenas puede creerse que semejantes
afirmaciones hayan sido escritas por quien se presenta como teólogo y a quien
su Ordinario le ha confiado nada menos que la educación de la Arquidiócesis y
la formación de los futuros sacerdotes. En su exposición el Padre Casas parece
olvidar largos siglos de elaboración teológica y dogmática acerca de la exclusividad
de Cristo y de la Iglesia en orden a la salvación de los hombres (extra ecclesiam nulla salus). No se trata
de “paradigmas eclesiales” sino de una verdad que ha de ser firmemente creída
por todo católico: fuera de Cristo y de la Iglesia no hay salvación. Que esta
verdad haya sido profundizada y precisada a través del tiempo no significa que
haya sido alterada ni cambiada en su formulación esencial. De hecho, el último
Documento magisterial de la Iglesia sobre este punto, la Declaración Dominus Jesus de la Sagrada Congregación
para la Doctrina de la Fe, del 6 de agosto del año 2000, ha dejado en claro la
invariabilidad de la doctrina cuando en su número 20 sostiene que: “Ante todo,
debe ser firmemente creído que la «Iglesia peregrinante es necesaria
para la salvación, pues Cristo es el único Mediador y el camino de salvación,
presente a nosotros en su Cuerpo, que es la Iglesia, y Él, inculcando con
palabras concretas la necesidad del bautismo (cf. Mt 16,16; Jn 3,5),
confirmó a un tiempo la necesidad de la Iglesia, en la que los hombres entran
por el bautismo como por una puerta» (Lumen
Gentium, 14). Esta doctrina no se contrapone a la voluntad salvífica
universal de Dios (cf. 1 Tm 2,4); por lo tanto, «es necesario, pues,
mantener unidas estas dos verdades, o sea, la posibilidad real de la salvación
en Cristo para todos los hombres y la necesidad de la Iglesia en orden a esta
misma salvación» (Juan Pablo II, Redemptoris
Missio, 9)”.
La misma Declaración, en el
parágrafo siguiente, citando la doctrina de Trento, afirma: “Ciertamente, las
diferentes tradiciones religiosas contienen y ofrecen elementos de religiosidad
que proceden de Dios y que forman parte de «todo lo que el Espíritu obra en los
hombres y en la historia de los pueblos, así como en las culturas y religiones
». De hecho algunas oraciones y ritos pueden asumir un papel de preparación
evangélica, en cuanto son ocasiones o pedagogías en las cuales los corazones de
los hombres son estimulados a abrirse a la acción de Dios. A ellas, sin embargo
no se les puede atribuir un origen divino ni una eficacia salvífica ex opere
operato, que es propia de los sacramentos cristianos (Concilio de Trento, Decreto
De sacramentis, can. 8 de sacramentis in genere: DS 1608).
Por otro lado, no se puede ignorar que otros ritos no cristianos, en cuanto
dependen de supersticiones o de otros errores (cf. 1 Co 10,20-21),
constituyen más bien un obstáculo para la salvación” (Dominus Jesus, 21).
El tema es
extenso y complejo pero baste lo apuntado para advertir que esta verdad de fe
no ha cambiado y ese presunto cambio de paradigmas eclesiales no existe más que
en la imaginación del Padre Casas.
Pero no se
detienen aquí las tesis de este presunto teólogo (que ostenta, además, los
títulos de docente, escritor, poeta, conductor y productor radial). Más
adelante insiste en que el “nuevo horizonte” de la interculturalidad y
complementariedad “intenta desterrar la imposición eclesial y las actitudes de privilegio o
exclusividad que ha tenido el cristianismo, especialmente el catolicismo,
asumiendo el aporte de las diferentes tradiciones religiosas y culturales,
proponiendo otra mirada de la mediación de Jesús, no tan ligada
‘’exclusivamente’’ a una sola Iglesia o una sola religión”.
Es decir se intenta desterrar la
fe en la única Iglesia de Cristo, desterrar nada menos que todo un artículo del
Credo. ¿Algo más? Sí. En la cúspide de su novedosa teología Casas escribe: “Se
parte de la idea de que Jesús no se
anunció a sí mismo sino al Reino de Dios y al Dios del Reino y que el Espíritu
de Dios está presente en el mundo y en la historia, actuando siempre
"macro ecuménicamente", superando toda división entre religiones y
pueblos (el subrayado es nuestro). Cada uno opta por ser judío, musulmán,
hindú, budista o ateo. Los cristianos no somos dueños de la verdad, la cual -al
igual que la misma vida- está en continuo crecimiento, desarrollo y evolución.
Nunca se la tiene acabadamente sino que se la percibe progresivamente”.
Ahora es muy claro: Cristo no se
predicó a Sí mismo sino “al Dios del Reino”. Ergo, Cristo no es el Dios del
Reino. Cristo no es Dios.
Honestamente, ¿puede un católico
estar en comunión con el Padre Casas? ¿Puede estar en comunión con el Arzobispo
Ñañez que no sólo calla y no corrige semejantes desvaríos sino que avala a
quien los profiere manteniéndolo en vitales cargos pastorales de su
Arquidiócesis? ¿Quién o quienes rompen la comunión eclesial, comunión que no
puede fundarse sino en la integridad de la Fe? ¿Quiénes son y donde actúan los
verdaderos destructores de la fe y de la unidad de la Iglesia?
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